No
creo que encuentre nunca un rincón
apropiado para morir. No estoy preparado. Ni siquiera tengo la maleta hecha
porque espero que cuando llegue la guadaña se lleve a la vecina, que tan
precavida ella, ¡tiene hecho hasta testamento! Es de las que mantiene el armario
arreglado; por si se muere de repente, no puedan decir de ella que era una
desordenada.
Yo
no. Es más, si me propusieran quedarme para cepa, aceptaría.
Y
no es porque tenga miedo de ir al infierno, que lo tengo; es que vivir con
pasión, sin medir las consecuencias, es lo mejor que nos puede suceder. Cierto
es que soy algo guaricandilla, cierto es que me gusta gozar de la vida, cierto
es que no las pienso, pero ¡es tan triste pasar por la tierra sin pena ni
gloria!
Otra
razón de peso es que de los muertos siempre se habla bien y como de mí hay
mucha tela por donde cortar, no quiero que nadie sienta escrúpulos, al decir
verdades, estando de cuerpo presente.
No
tengo forma de describir lo que siento cuando estoy hoy con uno y mañana con
otro. Eso hay que vivirlo. Nunca he entendido a esos amantes que se suicidan
por amor. El verdadero tiene que ser compartido con muchos y si requiere
sacrificios… deja de ser amor.
Mi
amiga de toda la vida, joven, bella, rica, se quedó viuda y nunca más ha vuelto
a estar con un hombre. ¡Infeliz! Encima, se vanagloria de ello.
¡Qué desperdicio! A eso yo le llamo morirse en vida.
© Marieta Alonso Más
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