A menudo me levanta la mano, aunque
nunca me deja marcas en la cara, eso he de decirlo en honor a la verdad.
También es cierto que al oír sus gritos me la protejo con los brazos.
Por la tarde vamos a la playa. El introduce la barca en el mar sin
importarle que la bandera roja reciba con fuerza los zarpazos del viento.
Arrimadas a la pared del andén de la playa mi madre y yo vemos partir la barca
entre montañas de agua hacia el horizonte. De pronto cambia de rumbo y la
resaca la empuja hacia las peñas. Él agita los brazos en el aire, parece que
nos saluda.
-Peno ¿no veis que está pidiendo ayuda?, grita alguien.
-Hay que llamar a la zodiac de la Cruz Roja, dice
otro.
Cuando yo saco el teléfono del bolso,
mi madre me sujeta la mano.
-Hija, ¿no crees que deberías dejarlo
en las manos del Señor?
Y yo, como siempre ha de hacer una
buena hija, sigo su consejo. Lo que no entiendo, señor Juez, es por qué mi
madre tapándose la cara decía: Qué oportunidad, Señor. Qué oportunidad.
Conversaciones con el Juez: El naufragio por Malena Teigeiro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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