La
sed
¡Ay!, qué sed tengo. Dice zarandeándome
el hombro. Disimulo y sigo durmiendo. Impertérrita sigue, ¡Ay!, qué sed tengo.
Sin abrir los ojos digo, Duerme tranquila, mujer, que ya se te pasará. ¡Ay!,
qué sed tengo. Exclama una y otra vez hasta que me levanto y le llevo un vaso
de agua. La verdad es que se lo bebe a toda prisa. Completamente desvelado,
intento dormirme y cuando ya casi lo consigo la oigo decir, Gracias. ¡Ay!, qué
sed tenía. Y vuelve a sacudirme el hombro. E igual que antes, lo repite una vez
y otra, así hasta que se queda dormida. Ella, porque lo que es yo, no lo
consigo.
La noche siguiente comienza con la
misma cantinela, ¡Ay!, qué sed tengo. Sin pensarlo dos veces me levanto, recojo
en el patio un bidón de quince litros de agua y se lo hago beber todo seguido.
¡Y ahora su familia me quiere culpar a mí de haberla
ahogado! Cuando lo que yo quise fue quitarle la sed para toda la vida, como por
otra parte así hice. ¿No cree usted, señor Juez?
Conversaciones con el Juez: La sed por Malena Teigeiro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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