Yo no soy hipocondríaco, sólo soy
alarmista.
Woody Allen
“Algo tengo, estoy seguro. No es
normal este dolor continuo en el costado”, piensa Jonathan mientras hace una
fuerte aspiración, llenando de aire los pulmones. “Yo creo que hay un pequeño
pinchazo o quizás no, esta angustia me va a volver loco. Jennifer dice que me
estoy obsesionando y que son dolores musculares. ¡Ya, ya!, dolores musculares.
Aquí todo el mundo sabe de medicina pero al que le duele es a mí. Me voy a
poner el termómetro, seguro que tengo décimas. Noto una especie de calor
interno”.
Al intentar bajar el mercurio,
el termómetro cae al suelo. “Dios mío, se ha roto y ahora, ¿qué hago? Tendría
que bajar a la farmacia pero, con el frío que está haciendo, puedo empeorar;
voy a llamar a Jennifer para que compre uno. ¡Esa es otra!, la manía que le ha
entrado con los nombres, porque a ver, si me llamo Juan ¿a qué viene lo de
Jonathan? Y ella se ha cambiado de Generosa a Jennifer, la verdad es que
Generosa, bonito no es. Al parecer le resulta elegante ponernos nombres
extranjeros y decir palabras difíciles”.
“Sin ir más lejos, el otro día,
al despertar, noté que un dedo de la mano estaba inflamado y dolorido. Se lo
dije a Jennifer y va y me suelta tan
tranquila: “Eso es un granuloma”. Por poco me mata del susto. En seguida fui a
consultar el diccionario y me bailaban las letras, hasta que descubrí que era
lo que mi abuela llamaba un panadizo”.
“Y además se ha puesto a decorar
la casa. Ha comprado una especie de saco que, al parecer, es para sentarse pero
si lo haces ya no te incorporas; yo, cuando lo probé, tuve que levantarme a gatas.
También tenemos dos pájaros de cerámica que ella, muy fina, dice que son dos uruguayos pero yo me he enterado y, en
realidad, son dos guacamayos”.
De pronto, Jonathan hace un
gesto de dolor. “Otra vez la punzada. Esto es algo grave y no quiero ni pensarlo”.
Va hacia el teléfono y marca el
número del móvil de Jennifer.
-
Jennifer, soy Jonathan. Que se ha roto el termómetro.
-
………………………
-
Pues como voy a encontrarme, mal.
-
………………………
-
¿Cómo que no pasa nada? Claro como el enfermo soy yo…
-
……………………….
-
No, si no me obsesiono, es una realidad.
-
……………………….
-
¿Qué estás comprando cuadros a un pintor en la calle?
-
………………………..
-
Si, muy baratos, por cincuenta euros cuatro cuadros y con la luz
encima quedarán muy bien.
-
………………………...
-
No, si no me río. Para risas estoy. Tú dedicada a la decoración
mientras yo casi agonizo.
-
…………………………
-
Claro que sigue doliéndome.
-
…………………………
-
Que vaya al médico. ¿Y si voy y me dice que tengo algo grave?
-
…………………………
-
Bueno, ya veré. De momento me voy a poner calor.
Se dirige a un armario, coge la
manta eléctrica, la enchufa, se la pone en el costado y se sienta en el sofá
mientras que a su mente vuelve a la conversación con su mujer. “Yo aquí en
medio de la zozobra que me consume y esta loca comprando cuadros”.
Poco a poco va dejando de pensar
porque entre el caldeo de la calefacción y el de la manta se queda dormido. La
casa permanece en silencio hasta que, al cabo de una hora, el ruido que hace
Jennifer al abrir la puerta, le espabila.
-
Hola Jonathan. ¿Cómo te encuentras?
Abre los ojos y
vuelve a su realidad. Respira fuerte y nota que ya no siente dolor. Vuelve a
respirar varias veces y nada.
-
Hola cariño –se dirige a Jennifer con la cara transfigurada- ya no me
duele.
-
¿Ves como tenía razón?, todo muscular.
Jennifer marcha a la
cocina y Jonathan se queda cavilando. En seguida, arruga el ceño y las pupilas
se le dilatan. Se deja caer en el sillón mientras con el espanto pintado en su
cara, murmura. “No es normal, nadie está bien del todo. Debo de estar muerto”.
Hipocondría por Alejandro Chanes Cardiel se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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