Todavía le
quedaban dos camisas por planchar y se había sentado en la cocina a tomar un
nescafé con una galleta, solo una, mientras en la radio daban las noticias de
las seis.
Su marido no
volvería hasta las ocho o las nueve y le gustaban esos momentos suspendidos
entre la nada y la siguiente tarea, o entre la nada y la nada; sobre todo en
otoño y a esa hora de luz amortiguada.
Era como si el tiempo se detuviera perdiendo la noción de su realidad.
Si acaso
conseguía llamar su atención el golpe de una hoja contra el cristal o la gota
de un grifo mal cerrado, por eso le cuesta reconocer el timbre de la puerta. Al
asomarse por la mirilla no ve nada, abre con cuidado y encuentra un niño de
unos nueve años sentado cerca de la escalera.
Se acerca a
él, agachándose un poco.
_ ¿Qué haces
ahí, de dónde vienes?
El niño la
mira fugazmente con unos ojos de color verde, casi transparente y baja la
cabeza metiéndola entre las rodillas; Katherine se acerca más a él, echa una
ojeada alrededor temiendo que se cierre su puerta o que la vea algún vecino sin
arreglar y con las zapatillas viejas, total para estar en casa.
_ Eh, ¿cómo
te llamas, por qué estás solo? Y se acerca un poco más ¿Te has escapado?
Por toda
respuesta la cabeza de pelo encrespado y rojizo se incrusta más en las rodillas.
_ ¿Quieres? y
le acerca la galleta que aún no se ha comido. _ Toma es para ti.
El niño
levanta la cara, con su mirada aguada, la coge despacio y empieza a comérsela.
Ella se echa
un poco hacia atrás y apoyada en la pared le mira. Cuando termina le tiende una
mano.
_Ven_ él se
la agarra con una mano húmeda y fría, sin levantar la cabeza.
_Vamos_ y cierra
la puerta con doble vuelta.
La radio sigue
sonando, ahora con anuncios, la baja un poco. Le sienta en una silla, ella en
otra enfrente inclinándose para ponerse a su altura.
_A ver, dime
¿cómo te llamas, dónde están tus padres?- y al mirarle con más luz, ve que en
uno de sus ojos tiene una pequeña mancha parda, que da una cierta extrañeza a
su mirada.
El niño no
contesta ni sonríe, está quieto, con las manitas cruzadas sobre sus piernas
delgadas.
Coge la lata
de galletas, saca unas cuantas y se las da; el niño las come con lentitud, casi
con hastío, revolviéndolas con la lengua.
Le observa
más detenidamente y ve que va bien vestido y calzado, está limpio. Le pasa la mano por el pelo con un gesto de
una exactitud mecánica y la retira; tiene una marca roja en la sien, muy
pequeña y abultada, como un mapa diminuto.
Se vuelve a
sentar enfrente de él, la radio sigue sonando de fondo.
_Tus padres
¿dónde están?
Por toda
respuesta señala la taza vacía de ella.
_ ¿Quieres?,
voy a ver si me queda Cola Cao, hace tanto tiempo_ y le prepara uno mientras él
se asoma por la ventana dando golpes en el cristal. Empieza a anochecer.
Le deja
bebiéndose el Cola Cao y ella se va a su cuarto para calzarse. También se peina
y se pone un poco de colonia
Cuando
vuelve le pregunta otra vez
_Papá, mamá
¿dónde?
Él la mira
muy fijo, con esa extraña sombrita en el ojo y no contesta, se levanta y tira
la taza con los restos del Cola Cao. Ha
manchado el jersey y el hule de la mesa.
Toca la radio, dándole vueltas al dial, después la coge de la mano, fría
y pringosa, empujándola hacía el pasillo
_ ¿Y ahora
qué? ¿Qué hago contigo? ¿Debería llamar a la policía?_ la manita incrustada, húmeda como una ventosa
marina.
_ ¿Qué es lo
que quieres? ¡Ah, ya entiendo!_ le lleva al cuarto de baño y le deja la puerta
entreabierta, ella espera. Le gusta el triangulo de claridad en el suelo y el
ruidito suave.
Cuando asoma
la cara, se acerca.
_Cómo no
hablas, te llamaré mudito, como el de Blanca Nieves, ¿te gusta ese cuento? Y lo
lleva al cuarto de enfrente.
_Mira, aquí
vas a jugar. Enciende todas las luces, rebusca en el fondo de un armario y saca
unos playmobil y un tablero de parchís.
Él se sienta
en el suelo con las piernas cruzadas, sus rodillas delgadas, recuerdan las alas
de un pollo.
_Mudito, ¿de
dónde vendrás? El niño planea un juguete estrellándoselo contra el pecho, y
hace un ruido ronco con la garganta.
_No es mudo,
mejor, voy a ver que le preparo de cena. Antes de ir a la cocina, rebusca en el
altillo de un armario. _Esto le servirá. Y sacude una ropa antigua y arrugada.
Se la prueba
por encima
_Ya verás
que guapo vas a estar.
Después de
cenar le lava las manos con un cepillo y el agua bien caliente, le lleva al
cuarto dónde había estado jugando y le acuesta. Había sido el cuarto del otro.
Le junta las
manitas, seguían húmedas, eso no le gusta, le recuerdan un poco a un molusco, y
reza el ángel de la guarda y el jesusito de mi vida. Le coloca el flequillo y aspira su olor.
_Así, a
dormir, mi niño.
Cierra la
puerta y echa la llave
_Este no se
me escapa.
© Cristina Vázquez Salinero
El Mudito por Cristina Vázquez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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