Con motivo de una discusión académica relativa a las
Inquisiciones de Occidente cayó en mis manos este “librito” cuya lectura me
facilitó un muy autorizado colega, profesor de historia en la prestigiosa
Universidad de Alcalá de Henares. Como se desprende del título que encabeza
estas reflexiones, al referirnos al autor del texto que estamos comentando
somos conscientes de estar enfrentando el análisis de una obra menor producida
por un señero cultivador de las letras castellanas; a su vez conocedor profundo
como pocos de las entretelas, motivaciones y diversos sentires de la sociedad
decimonónica que se desarrolló dentro de la piel de toro.
Quienes hayan abordado la lectura, al menos parcialmente,
de la vasta producción literaria de este célebre escritor canario conocen con
seguridad sus peculiaridades como pensador comprometido y su infrecuente
agudeza al analizar la sociedad que le rodeaba. Lo mismo al abordar temas
históricos, como en el caso de sus Episodios Nacionales, que cuando aborda la
descripción de perfiles psicológicos, digamos Doña Perfecta, le vemos dibujar
con admirable precisión aquellos rasgos definitorios del tema que plantea.
Si echamos una mirada general al panorama literario
del período en que vivió y escribió Don Benito, vemos que no estaba solo en la
tarea de reflejar temas histórico-sociales en los que la calidad literaria de
su obra, siempre discutible desde puntos de vista diferentes, va irremisiblemente
de la mano de la crítica al momento social en el que escribe. En muchos casos
diríase que éste, y no otro, constituye
el eje y la motivación de su quehacer en el campo de las letras. Con estilos
narrativos diferentes, hay puntos de contacto por ejemplo con Vicente Blasco
Ibáñez, por solo citar un nombre que avale nuestro modesto parecer. Como ya
anticipamos, resulta evidente tras una lectura de Torquemada en la Hoguera que
esta obra está lejos de constituir el momento culminante dentro de la dilatada
producción salida de la pluma de este autor. Su desarrollo lo acerca a otros
momentos estelares de su creación siempre desmitificadora. Nos viene a la
memoria el título Misericordia, en el cual la intencionalidad del escritor
parece lograr más altas cimas de penetración psicológica y sus críticas se
dibujan con tonalidades más cercanas a la realidad; esto es, menos esperpénticas.
En el relato que ahora nos ocupa no es fácil
encontrar alusiones a la triste realidad de la presencia secular del Tribunal
del Santo Oficio en territorio alguno del reino de España. Es evidente que la
selección del apellido Torquemada para el personaje principal de la obra
constituye toda una alusión subliminal que de modo inconsciente puede dirigir
al lector por senderos que le faciliten una más rápida comprensión de
determinados rasgos que configuran el carácter de tan estrafalaria
personalidad. Pero, ni de todas sus intervenciones a través del texto, ni de
circunstancia alguna aparecida a lo largo de la obra, puede inferirse crítica
ni posicionamiento alguno respecto de la institución a la cual parece trasladarnos, desde el título,
el apellido del terrible inquisidor.
En nuestra opinión, Pérez Galdós, conocedor del
gancho comercial que la correcta selección de un título puede suponer, no dudó
en utilizar este recurso como acicate para la difusión de este pequeño fruto de
su magín, al parecer inagotable. Imaginación que, por derecho propio, le coloca
en un sitio principal en el parnaso de la mejor literatura nacional.
© Ramón L. Fernández y Suárez
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