Animación nubes |
(Fábula)
A mis nietos, Clara y Guillermo
Hubo un tiempo intemporal
en el que los elementos de la
Naturaleza parecían disponer de vida propia. Las aguas
discurrían por los cauces, lanzando sus cantos hacia los álamos que las rodeaban.
Las piedras, al rodar desde los peñascos, contaban historias de las lejanas
cimas a sus hermanas, paradas a lo largo del
camino. Los volcanes gritaban sus dolores de parto, al dar a luz la lava
procedente de sus entrañas.
Allá arriba, muy por
encima de las más elevadas cumbres, una inmensa nube, de cambiantes formas,
había establecido su reino en todo lo alto para que, ni el viento torciera su
voluntad al tomar las diversas figuras que adoptaba según su capricho.
Contemplaba con desdén las nubecillas que circundaban los picachos de las
cordilleras así como las nieblas que se movían a ras del suelo. A veces se
elevaba a alturas increíbles y acumulando agua, la vertía, según su parecer, ya
en fina lluvia ya con inusitada fuerza. A fin de evitar el ardimiento excesivo
del sol, se desparramaba por las zonas más gélidas. Y así recorría los espacios
siempre por encima de todas las cosas, mientras contemplaba con altivez la
bajura de la tierra.
En uno de los recorridos,
bajó de su alto reino y, al ver próxima una nubecilla que mostraba su lóbrega
oscuridad, detuvo su descenso y se le acercó con la arrogancia de los soberbios
que nada temen. Sin embargo una ráfaga de viento, al unirlas, las hizo chocar.
Se produjo un haz luminoso seguido de un chasquido, tan tenue que ni siquiera
las montañas pudieron acoger su eco.
El desenlace se produjo
con gran rapidez, pues al caer a raudales el agua que albergaba en su seno, la
gran nube se sumió en la nada, en tanto que, allá abajo, la tierra recogía las
lágrimas de su mediocre muerte.
La nube soberbia por Alejandro Chanes Cardiel se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Foto: Wikipedia, la enciclopedia libre
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