Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas lo son cada
una a su manera.
Anna Karénina – L. Tolstoi
Apareció en su sueño una noche de invierno, con una
sonrisa y un beso de final de película, y se quedó. Le urgía dormir, porque en
cuanto cerraba los ojos él llegaba con sus brazos abiertos y ella se perdía en
un pecho que olía a verano.
Con el tiempo no se conformó con sus visitas
nocturnas, se presentaba en cualquier momento: mientras redactaba una demanda,
cuando los iconos de los programas parpadeaban en la pantalla del ordenador,
cuando se detenía ante un semáforo. Le contagiaba su risa.
Tuvieron una convivencia perfecta, él pronunciaba las
palabras que ella quería oír y se desplazaba por su vida con seguridad.
No pudo encontrarle nombre, no había josés, ni luises,
ni albertos que pudieran prestarle sus letras y no lo llamó de ninguna manera,
por eso el día que al correr la cortina de la ducha se lo encontró bajo el
agua, tan sólo dijo “buenos días”.
-Estás fantástica –señaló su hermana mientras tomaban
café -¿te hiciste un lifting?
-No, tengo un novio nuevo.
Se lo contó, entonces la otra buscó en su agenda y,
después de garabatear en un papel, se lo dio.
-Es el teléfono de mi terapeuta.
No fue, ni llamó.
El domingo sonó el teléfono, a las diez en punto, como
siempre y, como siempre, la voz de su
madre la conminaba a la comida semanal. “Y no te olvides de traer tu
pastel de chocolate” fueron, como siempre, sus últimas palabras antes de
cortar, sin darle tiempo a decir que había hecho uno de manzana.
Nada más llegar, a través de la reja pudo ver que al
dúo hermana-progenitora se había sumado otra mujer que no conocía, “Eva, mi
psicóloga”, le presentó la
primera. El tribunal estaba formado.
-Verás, Eva, la excelente repostera que es mi hija
menor, nadie la supera en esa mezcla de brownies y selva negra que nos trajo
–dijo su madre con la sonrisa de forzada
placidez que le daba el botox.
-No, hoy probaremos una nueva receta.
La señora de la casa entornó los párpados y sin hacer
comentarios se dirigió a la cocina.
-Intentaron por todos los medios que hablara de ti –le
contó a él cuando, por fin, regresó a su casa-
pero desvié la conversación y las tres brujas tuvieron que aguantar mis
historias laborales.
Hundía la nariz en el pecho del hombre cuando esa voz
metálica tan conocida gritaba a través del contestador “¿qué es lo que te pasa?
No sólo me hiciste quedar mal con lo de la tarta de chocolate, te comportaste
como una maleducada hablando de trabajo, sólo faltaba que bostezaras. Llámame.”
Empezó con dos sesiones semanales. Los martes y los
jueves se transformaron en viajes a un pasado estructurado y a un presente
aburrido, sin embargo, en las caminatas de ida y vuelta él la acompañaba.
-Estaba tan guapo... hicimos el amor toda la noche.
-Creo que tendremos que aumentar tu número de visitas.
Obediente, cambió la organización de sus lunes,
miércoles y viernes, renunció a las clases de salsa y a la merienda con sus
amigas. Hasta que uno de esos días echó de menos su presencia a la salida de la
consulta, lo buscó por la acera de enfrente, pero sólo había niños y viejos,
tampoco la esperaba en casa. Al fin y al cabo, mamá tiene razón, es un hombre
y, ya sabemos, cuando menos te lo esperas, te la juegan. Una noche en que el
ruido del viento presagiaba insomnio él llegó más delgado, demacrado, parecía
enfermo, se quedó sentado en una silla mirándola desde lejos, sin besos, sin
abrazos, sin sonrisa. Y ella supo que ya no volvería.
-Mi novio me ha dejado –susurró mientras se perdía en
una grieta del techo.
La inquisición se reuniría nuevamente el domingo, pero
esta vez para celebrar su recuperada cordura, su madre prepararía lasaña y ella
tendría que llevar el pastel de chocolate.
Detectó los primeros síntomas cuando a su hermana se
le empezó a caer la silicona del labio superior y las costuras de los vaqueros
de Eva parecían a punto de explotar en sus muslos, entonces recogió los restos
de la tarta, sacó el matarratas de su bolso, lo colocó en la alacena junto al
frasco de harina, y se fue.
En su casa estaba él, esperándola, desnudo, y con una
copa de champagne en la mano.
© Liliana Delucchi
Danos tu opinión pulsando una estrella.
Gracias.
Cordura por Liliana Delucchi se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario