Después de un año en el
extranjero haciendo un máster, regreso emocionada pensando en el recibimiento
que me hará mi Paco. He dormido a ratos. Los nervios pueden conmigo.
Aterrizamos. Recojo mi equipaje. Lo veo a lo lejos tras la aduana. Suelto las
maletas y salgo corriendo.
Nos abrazamos, nos besamos. Sus besos consiguen que
cada terminación nerviosa de mi cuerpo se
ponga en funcionamiento. Siento su animación. Eso es lo que más me gusta de él.
Siempre está dispuesto.
Nos ponemos en la fila
para conseguir un taxi. Es demencial cómo las personas podemos amontonarnos y
empujarnos cuando no hay un taxi a la vista.
Nada, ¡qué le vamos
hacer! No nos queda más remedio que esperar… con la urgencia que tenemos por
estar a solas.
Las manos de mi chico son
ágiles. ¡Qué preludio! Mi hombre tocando me hace vibrar. Con él pierdo la
cabeza.
Pero… ¿qué sucede?
Si una mano de Paco está en
mi cintura y la otra agarra mi escote mientras me besa el cuello, ¿cómo es que
siento esas caricias debajo de mi falda? Son dedos expertos que me quitan el aire.
Giro la cabeza y me
encuentro un hombre de mirada intensa.
¡Qué hace ese cerdo!
Me hace un guiño.
¿Qué hago yo?
Se lo devuelvo.
© Marieta Alonso Más
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