Sillón estilo Luis XV |
El sillón, que ahora permanece vacío, proyecta en nuestra imaginación una imagen equivocada de quién fue el abuelo.
Lo recordamos, cuando todavía no era un
anciano, sino un hombre maduro, sentado allí, con el periódico en el regazo,
viendo morir la tarde frente al ventanal y esperando la cena.
Otra imagen más reciente que todos compartimos
también es la de el abuelo sentado entre las altas orejas de cuero, con el
cuerpo marchito, un jerez en la mesilla, un libro sobre la manta de cuadros y la mirada perdida más allá de los
cristales empañados.
Pero el sillón, y nuestra memoria, nos engañan.
Anoche, entre bromas y veras, copas y
cigarros, dedicamos un buen rato a hablar del abuelo, y todos terminamos
admitiendo que tenemos una idea equivocada de él, o por lo menos incompleta.
La mayoría de nosotros lo recordábamos así,
sentado en el sillón, unas veces abstraído e inmóvil, y otras atento a cuanto
pasaba a su alrededor, dirigiendo con su voz áspera y grave la vida cotidiana
de la casa donde crecimos; pero sabemos muy bien que se pasó media vida
viajando para levantar el negocio, que se casó dos veces y los numerosos frutos
de aquellos matrimonios estábamos allí, anoche, tomándonos unas copas y
brindando a su salud.
Combinando
los recuerdos de unos y de otros, jóvenes y mayores, podíamos reconstruir toda una vida volcada en los problemas y
avatares del día a día en una bodega, en sus frecuentes viajes, los dos libros
que consiguió publicar, los numerosos amoríos que se le atribuyen y otros que
se dan por supuestos. Una vida donde no faltaron las trifulcas políticas
relacionadas con los asuntos del pueblo, que le granjearon el respeto, y
también el odio, de numerosas personas de lo más diverso; a muchos de las
cuales ni siquiera conocíamos, ni sabíamos de su existencia, hasta que
acudieron al cementerio el día del entierro.
Una vida plena de experiencias, sinsabores, éxitos y frustraciones cuyos
detalles más íntimos quedarán para siempre sumergidos en el olvido.
Y, sin embargo, nuestra memoria se empeña en
evocar la imagen de un hombre sentado en un sillón, con un libro y un jerez y
la mirada perdida.
Ahora que el abuelo no está, el sillón
permanece vacío, con el cuero reluciente y el desgastado cojín arrugado en una
esquina.
Anoche, algunos nos preguntábamos si es justo
que la única imagen que perdure de él sea esa. Si no será completamente
insensato reducir, en nuestra memoria, toda la complejidad de la
existencia a la figura de un hombre,
anciano y abatido por los años, sentado en un sillón junto a la ventana.
©
José Carlos Peña
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