Édouard Manet, Manojo de espárragos (1880) Museo Wallraf-Ritchartz, Colonia |
Érase una vez un hombre llamado Charles Ephrussi, editor de la Gazette des Beaux Arts, crítico y coleccionista de arte que se enamoró perdidamente de una obra: Un delicioso manojo de espárragos en primer plano, el fondo oscuro, el verde de las hojas, un potente foco de luz que iluminaba los tonos crema, gris y malva de los espárragos.
Cuadro del que se dice fue pintado
de un solo golpe, con pinceladas vigorosas y rápidas, y que plasma algo
momentáneo. Fue tanto el placer que sintió al tenerlo entre sus manos que giró
a Edouard Manet mil francos en lugar de los ochocientos acordados.
Grande fue su sorpresa cuando
el pintor a su vez le envió como agradecimiento un pequeño cuadro con un
único espárrago, lleno de virtuosismo técnico, descentrado, en la
parte inferior del lienzo sobresaliendo de la mesa de mármol y visto desde
arriba. Con una nota que decía: Este faltaba en el manojo.
El olvidado y solitario espárrago
debió sentirse feliz cuando se vio frente a frente con sus hermanos, porque si
se observa con atención parece que hace un guiño irónico.
Los invitados del señor
Ephrussi consideraron que lo pintado se había convertido en pura realidad, y es
que para Manet la naturaleza muerta suponía la piedra de toque de la pintura, y
si alguien osaba decir que no le gustaban los bodegones, solía afirmar: Su ojo
se acostumbrará.
Y aquí estamos sin poder
elegir entre uno y otro.
Édouard Manet, Espárrago (1880), Museo d'Orsay, Paris |
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