Santa Leocadia, patrona de
Toledo, fue martirizada en el año 304. Y según cuenta la tradición su cuerpo fue
enterrado fuera de la muralla, en la Vega Baja, al noroeste, muy cerca del
circo romano. Más tarde se construyó una ermita, y tres siglos después, el rey
visigodo Sisebuto la transformó en basílica. Allí tuvieron lugar algunos de los
famosos Concilios de Toledo. Del primitivo templo visigótico se conserva el
ábside mudéjar, y desde entonces ha tenido muchas remodelaciones.
Hoy se conoce como la Ermita
del Cristo de la Vega, por poseer una imagen singular de autor desconocido, un
Cristo con el brazo derecho caído. Varias leyendas envuelven su misterio:
Una nos la relata Salazar de
Mendoza en 1618, y el padre Antonio de Quintadueñas en 1651, famoso cronista
toledano en su compendio de los «Santos de la Imperial Ciudad de Toledo» y dice
así:
En el altar mayor de la
iglesia vi y adoré la imagen de bulto de Cristo Nuestro Señor. Estatura grande
y caído el brazo derecho, demostración que afirman algunos haber sucedido en
ocasión que negando un judío cierta cantidad de maravedís a un cristiano, poniendo
al Santo Cristo por testigo, derribó el brazo, dando a entender trataba verdad
el cristiano y luego se convirtió el judío.
Sixto Ramón Parro añade otra en
su «Toledo en la mano»:
Dos caballeros que
sostuvieron un duelo junto a las tapas de esta ermita, y habiendo caído el que
injustamente le provocara, su rival le alzó del suelo y le perdonó la vida,
entrándose en seguida (sic) a orar ante el Santo Cristo, que bajó el brazo en
señal de aprobación por su noble comportamiento.
Sin embargo, la leyenda más popular que rodea
al Cristo de la Vega es la historia del caballero y la doncella que José Zorrilla
recogió en «A buen juez, mejor testigo» (1838). El poeta y dramaturgo
vallisoletano contaba los amores de Diego Martínez con Inés de Vargas, a la que
juró ante el Cristo toledano que se casaría con ella cuando regresara de la
guerra en Flandes. La joven le esperó durante tres años y cuando al fin le vio
regresar, salió corriendo a su encuentro. Diego, convertido en capitán «tan
galán como altanero», renegó de la joven y de su juramento:
¡Tanto mudan a los hombres
fortuna, poder y tiempo!
Desesperada, Inés pidió la
intercesión del gobernador de Toledo, don Pedro Ruiz de Alarcón y oyendo mentir
a Diego, recabó como testigo al Cristo de la Vega ante el asombro de todos.
Hasta la iglesia acudió el tribunal en pleno, Inés y Diego, junto a una
multitud de curiosos y ante la imagen preguntó el notario:
Jesús, Hijo de María, ante
nos esta mañana citado como testigo por boca de Inés de Vargas, ¿juráis ser
cierto que un día a vuestras divinas plantas juró a Inés Diego Martínez por su
mujer desposarla?
Zorrilla nos cuenta que:
Asida a un brazo desnudo una
mano atarazada vino a posar en los autos la seca y hendida palma, y allá en los
aires «¡Sí juro!», clamó una voz más que humana.
Cuando la multitud alzó la
vista, vio a la imagen con los labios abiertos y una mano desclavada.
No
dejéis de visitarla
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