El mendigo de nuestro barrio
lee a Kant en alemán. Desde hace seis meses se sienta cada día en la acera, en
la misma esquina en la que está nuestro pequeño local en el que se puede
encontrar de todo: frutas, latas, productos latinos...
Al final del día, cuando el
crepúsculo se hace notar, mi marido y yo le damos algún plátano muy maduro con
un vaso de leche. No podemos hacer grandes despilfarros, pero el que da lo que
tiene… Entonces, ese hombre, tan educado que no habla español, que aparenta
unos setenta años inclina su cabeza, pone la mano en el corazón y dice:
«Gracias», con un acento atroz que cuesta entender.
Un día le pedimos que ayudara
a descargar la camioneta, y a pesar de la barrera del idioma, nos entendió. A
la semana barría desde la puerta de la tienda hasta la calzada, tan minucioso
que sacaba las colillas de las grietas; luego comenzó a colocarnos la mercancía
en forma de figuras geométricas, como si fuera un supermercado de alta
alcurnia.
Decidimos llevar una tartera
también para él, a ver si perdía la palidez… Y comía con nosotros arroz,
frijoles, carne ripiada; también le dimos ropa limpia de mi marido, eran más o
menos de la misma talla. Se hicieron buenos amigos, tanto que una mañana, antes
de abrir el local, se cortaron el pelo uno al otro con una tijera algo oxidada.
Hablaban por señas hasta que, poco a poco, al principio, y luego a una
velocidad abrumadora, fue aprendiendo nuestro idioma.
La mirada de desolación se
fue borrando de sus ojos. No pasó mucho tiempo para que le llamásemos Gabriel,
lo más parecido al nombre que pronunciaba. Y llegaron las confidencias.
Resultó ser tenor allá en
Ljubljana, ese nombre tan difícil de escribir que significa algo tan bonito
como «Amada», la ciudad más poblada de Eslovenia. A través de sus recuerdos
paseamos por la Plaza Presernov, fuimos a la ciudad vieja a través del Puente
Triple llamado Tromostovje. Tromo ¿qué? Y nos lo tuvo que escribir en un papel
algo grasiento. Subimos al Castillo, que tiene forma pentagonal, desde cuyos
bastiones se contempla una bonita panorámica de la ciudad y de Los Alpes.
Rezamos en la Catedral de San Nicolás donde en sus muros laterales hay lápidas
funerarias romanas, medievales y barrocas, así como una Piedad. Y cuando nos
iba a hablar del edificio de la Filarmónica y del Teatro Nacional de Ópera y
Ballet, se echó a llorar.
© Marieta Alonso Más
Hola, quiero saber si todos los cuentos se terminan cuando uno está muy entusiasmado con la lectura y su desenlace o continúan, porque no veo como seguir leyendo desde mi teléfono 📱, gracias si me pudieras responder lo agradecería, la verdad me gustan
ResponderEliminarMe da mucha alegría que le gusten mis cuentos. Son cuentos cortos con finales cerrados o abiertos. No continúan. Un saludo
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