En un cortijo de un lejano
pueblo andaluz había una oveja de un blanco tan reluciente, a la que llamaban
Bola de Nieve que se enamoró de Combo, el perro pastor que las custodiaba.
Era tan grande su amor que hasta
aprendió a levantar la patita cuando al ver un árbol le entraban ganas de hacer
esa necesidad fisiológica, que los cursis llaman «pis». Lo que se le resistía
era ladrar, no le salía por mucho que lo intentaba.
Lo que era Combo se daba
cuenta de los sentimientos que inspiraba y se dejaba querer. Bola de Nieve,
aunque muy enamorada, se percató de que su amor era imposible, que no podía
tener hijos con su amado perro y decidió que ya que no podía ser su mujer sería
su amiga y socia para toda la vida.
Y como buena hembra le hizo
ver a Combo que gastaba demasiado energía agrupándolas, así que ideó que un Beee
significaba «Alerta», dos Beee «en Formación» y tres Beee «hacia
el redil». Las ovejas obedientes no pusieron ninguna pega y marchaban como si
pertenecieran a un ejército.
Al tener más tiempo libre,
Bola de Nieve ideó que debía buscarse un marido ovejuno y que Combo tuviera
amoríos con todas las que quisiera de su raza. Los celos no tenían razón de ser
y debían tener descendencia. Puestos a la obra formaron dos grupos: el pastor
de las ovejas tenía que ser un congénere, el primogénito de Bola de Nieve y los
cachorros de Combo tenían que especializarse como perros de caza. El macho alfa
debía demostrar su valía o perdía el puesto. Bola de Nieve, cabeza pensante, le
pidió a Combo que, de paso, organizara el trabajo de los hombres. Lo primero
que hizo el perro pastor fue tener relaciones amorosas con la mascota del
cortijo y cuando el señorito se cayó del guindo se encontró recogiendo aceitunas
con sus empleados. Su bella perrita le había hecho ver con toda clase de
arrumacos que el vuelco de jerarquías era bueno para la hacienda.
Fue el primer cortijo en
poner en práctica mejoras sociales gracias al don organizativo de una oveja,
blanca como la nieve, que en apariencia solo sabía mirar a los ojos de su amado
perro pastor.
© Marieta Alonso Más
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