—Como no llegue una buena lluvia, perderemos la cosecha.
—Tuvimos un buen verano, señora, un poco seco, pero incluso de lo malo se puede sacar algo bueno.
Levanto la cabeza para mirar los ojos un poco estrábicos de Tomás quien, hasta en las situaciones más complicadas, encuentra algo positivo.
—Seguimos necesitando lluvia.
—Sí, señora, pero si llueve mucho se retrasarán en la reparación del tejado.
Me fastidia que su simpleza invariablemente tenga razón y lo dejo con la azada en medio del huerto. Hace calor, iré en busca de un poco de limonada. Nos la merecemos.
Dentro de la casa me recibe el frescor que proporcionan los largos techos y la sombra de los árboles; en la cocina revolotean moscas tardías y el zumbido de alguna abeja. Miro por la ventana y veo a Tomás inclinado sobre esa tierra negra que nos da tanta alegría como pesares.
Apareció por nuestra propiedad siendo casi un niño, con la gorra entre sus manos y su caminar un poco renqueante, pidió trabajo. De peón, de jardinero, de lo que quiera, señora. Soy diligente, hablo poco y no cobro mucho. Me conmovió su humildad y aunque en aquellos tiempos no precisaba sus servicios, lo contraté. Necesitamos un chico para todo, le dije a Guillermo, mi marido de entonces. Como de costumbre se opuso, pero la casa, el terreno y el dinero con que pagaría eran míos, así que no hubo más discusión.
Tomás cumplió con su palabra, desarrollaba su actividad en silencio y siempre aceptó su paga sin esperar un céntimo de más. Lo que quería era más trabajo. Una tarde me pidió dinero para comprar pintura y restaurar la caseta de herramientas, a lo que siguió las paredes exteriores o el papel de mi salita. Fue allí donde una tarde lo sorprendí revisando unos libros. Su mirada de cachorro me conmovió y le dije que podía coger el que quisiera siempre que los devolviera al mismo sitio. Así me enteré de que no sabía leer y decidí poner fin a esa carencia. Mi familia lo llamaba mi protegido, aunque dados los acontecimientos posteriores, quizás la cosa fuera al revés.
El cuidado de ese joven y la reflexión sobre sus conjeturas que por simples eran de lo más profundas, llenaba los días que se habían vaciado desde que mis hijos se instalaran en la ciudad y la distancia con mi cónyuge se ampliaba. También me aferré a la vida más allá de los muros del cottage, encontrando cierto alivio pasajero en esa forma de olvido que hace de la sociedad un verdadero anestésico para algunas formas de desgracia. La influencia de esa atareada vida indiferente puede ahuyentar a menudo cuestiones que se aferran al espíritu como la carne al hueso, y si bien no llegué a experimentar una liberación perfecta, al menos sentía la obligación de disimular mi ansiedad. Hasta que llegaba a casa y encontraba a un macho cabrío desahogando sus frustraciones contra lo primero que encontraba, que a veces era yo.
Una noche, después de una violenta discusión con Guillermo, una de esas en que el exceso de alcohol y mujeres que le proporcionaba la taberna del pueblo lo devolviera a mi lado en estado lamentable, mi marido salió de nuestra habitación dando un portazo. Mi desolación, lágrimas y angustia me produjeron una sed intensa por lo que decidí bajar en busca de agua. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al abrir la puerta del dormitorio, encontré a Tomás tendido delante de ella, cubierto con una manta. A pesar de mis ruegos no quiso marcharse y permaneció allí, acostado como un perro guardián, cuidando de mí toda la noche. Esa y las siguientes, hasta que una madrugada escuché tantos golpes y ruidos detrás de la puerta que acudí en defensa de mi protector con un atizador de hierro que partió la cabeza de quien fuera mi esposo.
En medio de las tinieblas Tomás y yo nos dejamos los brazos y la espalda cavando un hoyo profundo en el huerto. A nadie sorprendió la desaparición de mi marido, ya que era conocida su relación con una joven que había partido de la ciudad unas semanas antes.
Cuando después de una primavera lluviosa los frutales y hortalizas convirtieron el pobre huerto en un vergel, Tomás dijo por primera vez aquello de «incluso de lo malo se puede sacar algo bueno».
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