Je vous fais une
lettre
Que vous lirez
peut-être
Si vous avez le temps.
Boris Vien – Le
déserteur
Señor Presidente:
En esta carta se eleva la voz de un
hombre. Uno más. No sé si leerá estas palabras, quizás no tenga tiempo para
ello, pero, si cuenta con algún minuto libre, hágalo, porque las escribe un
desertor.
Acabo de recibir la llamada, la
convocatoria, venía en un sobre blanco que me tembló en las manos: permiso para
matar. Debo presentarme para ir a la guerra antes del miércoles por la tarde,
es una obligación para… no sé, para algo que ustedes llaman deber y
nosotros no comprendemos. No comprendemos porque quizás nada ni nadie merece
una vida.
Me voy, Señor Presidente. No puedo hacer
esa guerra. No quiero.
Desde que nací, he visto combatir y
morir a mis hermanos; he visto a mi padre, con una tristeza marchita en los
ojos, marcharse de casa para no volver jamás; he visto demasiadas almas
cansadas de lucha inútil y de lágrimas secas. Y mi madre, desde su tumba, se
burla ahora de sus bombas, de sus máquinas, de sus símbolos absurdos. He visto
demasiado dolor amontonado para añadir un poco más a tanta miseria. Por eso,
porque nadie tiene derecho a disponer de una vida, porque los ideales de su
lucha son falsos, porque siento amor y no odio, porque me considero un hombre,
me voy: me convierto en desertor.
Usted, Señor Presidente, se sentará en
su despacho, recibirá a sus amables visitas, cargadas de cumplidos y buenas
maneras, estudiará problemas sin solución, comerá tranquilamente, dormirá un
sueño profundo, inaugurará algún certamen. Usted, Señor Presidente, no irá a la
guerra. Y sus acciones en las fábricas de armamento bélico subirán día a día.
No puede delatarle una sonrisa, debe estar triste por nosotros, por ellos, los
hombres que mueren a diario como héroes cumpliendo con su deber.
Iré por los caminos del mundo, de un
lado a otro de los países, andaré sin cesar, explicaré a todos la verdad, para
que no vayan, para que comprendan, y cuando todos seamos desertores, ustedes
bajarán la cabeza y se rendirán ante la evidencia.
No es mi deseo disgustarle, pero tenía
que decírselo. Lo siento, Señor Presidente, pero no voy a ir. Mi decisión es
firme. Porque creo que la obligación de un hombre, el deber, esa palabra que
ustedes confunden, es vivir por la vida, no por la muerte.
No he venido al mundo a matar a mis
hermanos, sino a luchar en otro tipo de batalla, con dolor pero sin sangre, con
armas pero sin balas: es el dolor de la existencia cotidiana y las armas
interiores que alguien, llámelo Dios o Naturaleza, puso en el fondo de todos
los seres.
Usted, Señor Presidente, tiene la
conciencia tranquila. No es el causante directo de la guerra, no la ha
provocado, tampoco ha podido impedirla: son cosas que pasan. Y va a rezar pues,
evidentemente, usted es fiel cumplidor de sus deberes religiosos, por aquellos
jóvenes soldados, con un gesto de amargura y pesadumbre. ¡Pobrecitos! Pero,
cuando pueda, cuando tenga tiempo, piense con sinceridad si sus oraciones
pueden pasar de ser meras palabras lanzadas al viento, meras palabras sin
sentido. Piense, aunque le aterrorice su propio pensamiento.
Por todos los motivos mencionados, por
tantas otras razones que me es imposible explicar, ya que no existen palabras
para la pena, el dolor, la tristeza, el odio, la impotencia que me atormentan,
por eso, Señor Presidente, me convierto voluntariamente en desertor y huyo, no
por cobardía, sino por amor. Amor al mundo y a la vida, amor a todos los seres
que luchan sin causa. Creo que el amor es el único deber existente, la única
verdad. Y no, no piense que soy cobarde, porque mi marcha, mi desaparición, mi
huida tienen una razón más allá del miedo, más allá de cualquier interés
humano, pero usted no podría comprenderlo.
Me voy, Señor Presidente. No pido nada.
No quiero compasión, ni rencor, ni siquiera un recuerdo en sus oraciones. No
intente perseguirme porque, cuando esta carta llegue a sus manos, ya estaré muy
lejos. Rómpala y olvide mis razones. Olvide a un hombre que no quiso, que
rechazó, que se negó a ir a la guerra. Porque, a pesar de todos mis motivos, a
pesar de todas mis razones, explicaciones y demás sinsentidos, usted y yo
sabemos que solo soy un desertor.
Dios le guarde, Señor Presidente.
© Blanca del Cerro
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