lunes, 13 de octubre de 2025

Malena Teigeiro: Un vestido de seda condesa

 


A doña Justinita le emocionaba todo, absolutamente todo, en la tienda de Telas, Encajes y Novedades. Incluso el olor parecía emborracharla. Por no hablar de los rollos de tela, que colocados unos al lado de los otros le recordaban a las flores del campo. Una pieza de seda rosa sobre otra de raso verde, a su lado una de batista amarilla, los algodones estampados, terciopelos y encajes, y los tules para los velos de novia, esos, bien apartados, no fuera ser que se ensuciaran.

Como siempre que era invitada a una cena de gala, dos o tres semanas antes, doña Justinita entraba en la tienda de telas. Esa vez se preparaba para la que daban en el Palacio de Oriente al rey de... —¡Vaya a saber usted de dónde!—, que andaba de visita en España. Su esposo, general de la Guardia Real, era uno de los invitados. Y como siempre, don Manuel, uno de los dueños de la tienda de telas, en cuanto la vio entrar, salió del despacho para atenderla personalmente.

La señora comenzó a contarle la necesidad que tenía de un nuevo traje de noche. Como él ya podía suponer, decía con un leve movimiento de cejas, a su esposo lo habían invitado a la cena en palacio. Y allí estaba ella otra vez, ya sabía él para qué. Y revoloteó la mano haciendo sonar unas pulseras. Tendrá que ser largo, y moderno, sin llegar a ser muy llamativo. Don Manuel sacó de uno de los cajones del mostrador el último figurín de moda. Ojeó con rapidez las hojas, hasta llegar a un vestido, bastante vaporoso, con manga francesa y un poquito de cola. Doña Justinita, pasó el dedo por encima de la fotografía, como queriendo acariciar la vaporosa muselina, mientras le comentaba que no le gustaba repetir vestidos, y como mujer de militar, tampoco podía gastar demasiado por lo que, por favor, buscara entre las sedas, rasos y muselinas, la que mejor le fuera tanto a su cartera como a su persona. Con coquetería, ladeó la cabeza y lo miró soñadora.

—Recuerde, don Manuel, que el que llevé la última vez era de organza azul pastel.

El hombre recortaba una muestra de todas las que creía que le podían valer, para que la señora pudiera elegir libremente en su casa. Medio escondido, descubrió un rollo de raso Condesa color violeta, casi morado.

—Mire, doña Justinita, éste es el color que a usted mejor le va, el violeta. Sin duda es el que más realza el verde de sus ojos. Y también tiene una buena caída para el modelo que hemos elegido —el hombre, sin dejar de alabar la tela, cortó una muestra de casi dos metros—. Mírelo en casa con la luz artificial, que es la que va a tener cuando se lo ponga —añadió mientras arrancaba la hoja de la revista.

Con cuidado, empaquetó las muestras, y en un sobre separado puso la de seda violeta y el dibujo del vestido. Sin dejar de charlar de lo pesadas que eran esas cenas, don Manuel la acompañó hasta la puerta. En cuanto hubiera decidido con cuál se quedaba, que lo llamara, y que no se preocupara, le mandaría la tela con el botones. Tras una pequeña inclinación, cerró la puerta.

Don Manuel entró de nuevo en su despacho, se sentó a la mesa y continuó repasando el libro de cuentas. A su lado, su hermano Antonio, el otro propietario de Telas, Encajes y Novedades, movía la cabeza sin levantar la mirada del libro de pedidos.

—La falda que lleva esta vez está estaba confeccionada con la última muestra que le diste, ¿no? —susurró con disgusto.

Embebido en sus cuentas, don Manuel continuó su trabajo sin contestar. De pronto dejó el lápiz en alto sobre la hoja. ¡Su adorada Justinita! Cerró los ojos y la vio, años atrás, paseando por la acera de La Gran Vía del brazo del flamante uniforme de Carlos, entonces todavía teniente de la Guardia Real. ¿Qué hubiera pasado si en vez de pegarse un tiro con su arma reglamentaria cuando hizo el desfalco, se hubiera divorciado de ella? Quizá la pobre nunca hubiera enloquecido. Y entonces él...

Suspiró profundo, bajó el lápiz y continuó repasando su columna de números.

© Malena Teigeiro

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