En 1957 comenzó la fabricación del Seat-600 en España. Su nacimiento cambió por completo la vida de los españoles. |
Esther a sus veinte años y
con su trabajo se pagó las clases de conducir. El día del examen estaba hecha
un puro nervio. Todos sus compañeros de trabajo le desearon suerte. Superó el
test, las pruebas del circuito e hizo la prueba de circulación. Mientras
esperaba que le dijesen si había aprobado, no podía mantenerse quieta. A su
izquierda, una chica mordiéndose las uñas y a su derecha un chico que
aparentemente estaba tranquilo.
Llegó un profesor y le
hizo señas a la chica, no lo había superado. La chica no dice nada pero dos
lágrimas corren por su mejilla. Esther la mira sin hablar pues teme que si le dice
algo, a ella le suceda lo mismo. En eso llega el profesor de Esther y afirma
con la cabeza. ¡Ha aprobado! ¡Lo ha conseguido! Es tal la euforia que la invade
que se abraza y besa al chico que tiene al lado, éste la mira todo asustado se
separa y camina con pasos más que ligeros alejándose de aquella loca. La chica
le toma la mano y le dice que se alegra y mucho por ella.
En el trabajo lo celebran
por todo lo alto: patatas fritas, aceitunas, cacahuetes, refrescos.
Se ha privado de salir los
fines de semana con sus amigos, de no comprarse ropa, ni abalorios, ni
cosméticos. Sus padres les han ofrecido la mitad de lo que le cueste un coche. Un
Seat 600, blanco, de dos puertas, de séptima mano, con la chapa bastante ajada,
pero eso sí, con un motor fenomenal.
Domínguez, un compañero
que pronto se jubilará y que fue taxista queda con ella para acompañarla en ese
su primer día. Los demás preguntan qué itinerario van a tomar.
Al salir de su casa ya la
está esperando. Van en busca del coche, Esther saca la llave, intenta
abrir la puerta, no se deja. Entonces da un golpe en el techo, la ventanilla se baja
por arte de magia y desde dentro, abre. Se suben los dos y Esther arranca. Su
compañero comenta:
-Muy bien. Salida de
profesional.
La chica comienza a
sentirse muy satisfecha. No siempre se reciben halagos así. Tiene que frenar en
una pendiente y a la salida, Domínguez, moviendo afirmativamente la cabeza le
dice:
-Muy bien utilizado el
embrague.
No cabe en sí de gozo. Se
está inflando como un globo. En todo el camino, no se olvidó de dar
intermitentes, guardó la distancia reglamentaria, en cada paso de cebra dio
paso a los peatones. Aminoró la velocidad cuando era preciso y no se saltó
ningún semáforo en rojo. Esperaba que de un momento a otro, Domínguez, volviera
a decir una alabanza. Ya la estaba necesitando. Y no llegaba.
Al fin habló Domínguez
con voz mesurada.
-Todo perfecto, Esther,
salvo que vamos en dirección prohibida.
© Marieta Alonso Más
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