¡Cristo de la
Buena Muerte,
el de la faz
amorosa,
tronchada como
una rosa,
sobre el blanco
cuerpo inerte
que en el madero
reposa!
¿Quién pudo de
tal manera
darte una noble
y severa
majestad llena
de calma?
No fue una mano:
fue un alma
la que talló tu
madera.
Fue, Señor, que
el que tallaba
tu figura con
tal celo
y con tal ansia
te amaba,
que, a fuerza de
amor, llevaba
dentro del alma
el modelo.
Fue, que, al
tallarte, sentía
un ansia tan verdadera
que en arrobos
le sumía
y cuajaba en la
madera
lo que en
arrobos veía.
Fue que ese
rostro, Señor,
y esa ternura al
tallarte
y esa expresión
de dolor,
más que milagros
del arte,
fueron milagros
de amor.
Fue, en fin, que
ya no pudieron
sus manos llegar
a tanto,
y desmayadas
cayeron….
¡y los ángeles
te hicieron
con sus manos,
mientras tanto!
Por eso a tus
pies postrado,
por tus dolores
herido
de un dolor
desconsolado,
ante tu imagen
vencido
y ante tu Cruz
humillado,
siento unas
ansias fogosas
de abrazarte y
bendecirte,
y ante tus
plantas piadoras,
quiero decirte
mil cosas
que no sé cómo
decirte…
¡Frente que,
herida de amor,
te rindes de
sufrimientos
sobre el pecho
del Señor
como los lirios
que, en flor,
tronchan, al
paso, los vientos!
Brazos rígidos y
yertos
por tres garfios
traspasados
que aquí estáis,
por mis pecados
para recibirme,
abiertos,
para esperarme,
clavados.
¡Cuerpo llamado
de amores!,
yo te adoro y yo
te sigo,
yo, Señor de los
señores,
quiero partir
tus dolores
subiendo a la
cruz contigo.
Quiero en la
vida seguirte
y por sus
caminos irte
alabando y
bendiciendo,
y bendecirte
sufriendo,
y muriendo
bendecirte.
Quiero, Señor,
en tu encanto
tener mis
sentidos presos,
y, unido a tu
cuerpo santo,
mojar tu rostro
con llanto,
secar tu llanto
con besos.
Quiero, en santo
desvarío,
besando tu
rostro frío,
besando tu
cuerpo inerte,
llamarte mil
veces mío…
¡Cristo de la
Buena Muerte!
Y Tú, Rey de las
bondades,
que mueres por
tu bondad
muéstrame con
claridad
la Verdad de las
verdades
que es sobre
toda verdad.
Que mi alma, en
Ti prisionera
vaya fuera de su
centro
por la vida
bullanguera;
que no le
lleguen adentro
las algazaras de
fuera;
que no ame la
poquedad
de cosas que van
y vienen,
que adore la
austeridad
de estos
sentires que tienen
sabores de
eternidad,
que no turbe mi
conciencia
la opinión del
mundo necio,
que aprenda,
Señor, la ciencia
de ver con
indiferencia
la adulación y
el desprecio,
que sienta una
dulce herida
de ansia de amor
desmedida,
que ame tu
Ciencia y tu Luz,
que vaya, en
fin, por la vida
como Tú estás en
la Cruz:
de sangre los
pies cubiertos,
llagadas de amor
las manos,
los ojos al
mundo muertos,
y los dos brazos
abiertos
para todos mis
hermanos.
Señor, aunque no
merezco
que Tú escuches
mi quejido,
por la muerte
que has sufrido
escucha lo que
te ofrezco
y escucha lo que
te pido:
A ofrecerte,
Señor, vengo
mi ser, mi vida,
mi amor,
mi alegría, mi
dolor,
cuando puedo y
cuanto tengo,
cuanto me has
dado, Señor.
Y a cambio de
esta alma llena
de amor que
vengo a ofrecerte,
dame una vida
serena
y una muerte
santa y buena.
¡Cristo de la
Buena Muerte!
No hay comentarios:
Publicar un comentario