Puedo, desde mi ventana, divisar las dieciocho
cumbres de Gredos. Quizá alguna menos. Bueno, seis o siete logro a lo sumo
contar por entre copas de eucaliptos y pinos que otrora sembró mi vecino.
Verlas nevadas durante el invierno, relucientes al sol en su albura impoluta,
me hace pensar en paisajes lunares que
jamás pisaré. Sus sombreadas laderas, en la umbría de un sol poniente de junio,
me brindan recuerdos de serenos veranos en el valle de Iruelas.
Pantanos del Alberche, afluentes del Tajo en su
eterna carrera buscando Lisboa, dulce señora asomada al océano en sus siete colinas de altas
escaleras. Mirando sus picos se escapan recuerdos que no lamento perder, pues
su espacio lo ocupan frescas, muy nuevas ideas que me hacen crecer y me ofrecen
materia para nuevos ensueños de futuras historias que no escribiré.
Ávila, Salamanca, Toledo, riberas del Jerte; enclaves
dispersos que trazan tus rutas y enriquecen tus huertos, floridos edenes al final del
invierno.
Castellana sierra de Gredos, cuan
cercana a mis ojos, cuan remota en mis sueños…
© Ramón L. Fernández y Suárez
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