José Miguel es tan callado que sabemos que tiene mujer e hijo de pura casualidad. Dos años hace que le conozco y ayer me dice todo nervioso:
Bueno. Mañana no está el jefe. Te traes al niño y desde
aquí te vas.
‒No es tan fácil. Es un niño con trastornos. Y calla mirando hacia la ventana, rojo como una
amapola.
Por un momento me quedo sorprendida, reacciono y le
digo: Pero has de llevarle al médico, ¿no? Así que lo traes, le sientas a mi
lado y según se presente la situación iremos poniendo remedio. Nadie tiene por
qué enterarse de nada, si eso es lo que deseas. Estaremos en el despacho él y
yo, solos.
Mirando hacia la ventana comenta: Es mejor no
hablarle, ni mirarle, ni tocarle. Se pone nervioso si lo haces.
Tranquilo, José Miguel, no te preocupes. Me portaré
bien.
Se da la vuelta y se marcha. ¡Cuánto dolor hay en la
mirada de ese padre!
Al día siguiente aparece con Borja. Tiene unos nueve años. Es alto, muy espigado, muy guapo. Se sienta en mi mesa frente a mí, mantiene su
mirada en el suelo y comienzan a sonar los nudillos de sus dedos. Sigo trabajando como si no le viera, ni oyera. Al cabo de media hora
siento que me mira, ahora se frota las manos con fuerza. Levanto los ojos y le hago un guiño. No hace ningún gesto,
como si nada hubiera ocurrido, los ruidos se recrudecen. Sigue mirándome fijamente y yo a cada rato cierro
los dos ojos a la vez, levanto las cejas, arrugo la nariz, le saco la lengua,
me rasco una oreja. No deja de mirarme.
Pasan dos horas. Tiene las manos unidas. No hay ruido. Entra José Miguel poniéndose
la chaqueta y le dice al niño:
Borja se levanta, se acerca a mí y me brinda su
mejilla. Le doy un beso, se retira sin brusquedad. Se pone al lado de su padre.
Sonríe.
José Miguel está con los ojos cerrados. Su hijo nunca le ha
pedido un beso.
© Marieta Alonso Más
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Gracias.
Tienes un blog precioso, divertido, muy completo y surtido de temas. Me encantan tus cuentos, ya lo sabes. Un beso
ResponderEliminarMuchas gracias, Lola. Un abrazo de oso
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