miércoles, 28 de junio de 2017

De tertulia con... Las campanas







Din don dan

Esa copa invertida y ahuecada de metal fundido, generalmente de bronce y hasta de más de cinco metros de altura, que resuena y vibra al ser golpeada por un badajo de hierro, ya era conocida de los pueblos egipcios y asiáticos, también por los persas, griegos y romanos. Fueron adoptadas por la iglesia católica desde el siglo V para convocar a los fieles.

Se divide en tres partes: jubo o yugo, copa y badajo.

Los romanos les dieron el nombre de tintinábula e indicaban la apertura del mercado y la hora de los baños; avisaban el paso de los criminales al suplicio, la aproximación de un eclipse y otros acontecimientos. Los cristianos las llamaron signum porque servían para señalar o avisar la hora de las reuniones. Ya en el siglo VII se comenzó a llamarlas «campanas», como consta por escritores de la época.

En aquellos primeros siglos, debieron ser de reducido tamaño, según parece por las que han llegado hasta nosotros y por ciertas referencias de los historiadores. Pero fueron aumentando de tamaño hasta que en el siglo XIII llegaron a ser de grandes dimensiones, y ya en el siglo XVI las fundieron verdaderamente, colosales.

El proceso de fundición de las campanas se remonta en Europa entre los siglos IV o V. El metal tradicional para las campanas es el bronce, aleación metálica de aproximadamente veintidós por ciento de estaño y setenta y ocho por ciento de cobre. Para las campanillas se ha llegado usar: oro y plata.

A su estudio se le conoce con el nombre de campanología y es el arte de tocar piezas musicales haciendo sonar campanas o vasos de cristal. Llamamos carillón al conjunto de campanas, de diferentes tamaños y tonos.  

En la Iglesia católica y entre algunos luteranos y anglicanos, las pequeñas campanas de mano, llamadas sanctus, son tocadas en la misa cuando el sacerdote eleva la sagrada forma y el cáliz inmediatamente después de haber dicho las palabras de consagración. Indica a la asamblea que el pan y el vino se acaban de transformar en el cuerpo y la sangre de Cristo.

Al parecer hay una disposición que dice que las catedrales deben tener cinco o más campanas; las parroquias dos o tres; y las iglesias, una.

En la Iglesia ortodoxa rusa las campanas no se mueven cuando se golpean, solo se mueve el badajo. En el mundo oriental, las formas tradicionales de campanas de templos y palacios se tocan a través de un fuerte golpe con una vara o palo. Esta sorprendente técnica se emplea en todo el mundo oriental por algunos de los más grandes campaneros, para evitar así que las campanas de balanceo dañen las torres. También se utilizan en ceremonias religiosas japonesas, sintoístas y budistas. Cuelga en la puerta de muchos templos hinduistas y se toca en el momento en que los fieles entran en el templo.

Las voces de las campanas crean en nosotros diversos sentimientos: de tristeza si doblan a muerto; de alegría si sus repiques recuerdan efemérides; de alarma si algún peligro se cierne sobre la localidad. Los días de jueves y viernes santo las campanas enmudecen.

Se creía que hasta alejaban las tormentas. También eran usadas como instrumento militar, en la Edad Media a su toque se reunía la mesnada. En el siglo XVII al ser tomada una plaza, el maestre o jefe superior de la artillería tenía el privilegio de apropiarse las campanas que ordinariamente rescataba la población a un precio alto, destinándose algunas veces la cantidad así obtenida a pagar pensiones de viudas y huérfanos de artilleros.

Hay muchos toques de campana: A misa, repiques de domingo, Ángelus, Ave María, toque de ánimas, tocar a muerto, toque de ángel, toque de arrebato o de fuego, toque de nublado...

Suelen llevar en la superficie externa algunas inscripciones en relieve. Los textos de las inscripciones han variado con el tiempo, partiendo de una primera época hasta el siglo XII aproximadamente, en el que lo relevante era el origen de la campana que podía ser una donación piadosa… A partir de esa fecha, se introducen oraciones y textos sagrados con sentido protector, que se suman a las que indican propiedad u origen.

Alrededor de 1800, en la navegación con niebla se comenzaron a utilizar campanas, gongs… Este método de transmitir sonidos se venía utilizando desde la antigüedad. Fue un elemento importante tanto en veleros como barcos de vapor para anunciar cambios de guardia y navegar entre la niebla. Localizar la campana de un barco hundido es motivo de alegría al llevar inscrita en la superficie metálica el nombre del barco, los astilleros y el año de construcción.  

En España las campanas más antiguas pudieran ser: la Wamba de la Catedral de Oviedo, con fecha de fundición de 1219 y actualmente en uso, y la votiva del abad Sansón del Museo de Córdoba, que tiene la forma de un gran dedal con asa y lleva una inscripción del año 955 o 925.

Muchos refranes nos conducen a las campanas: «Echar las campanas al vuelo» que es dar publicidad con júbilo a alguna cosa. «Oír campanas y no saber dónde», que significa tener un conocimiento vago y confuso de las cosas.

Noble oficio el de campanero, lástima que se vaya perdiendo. La literatura lo recoge con el personaje de Quasimodo de la pluma de Víctor Hugo, entre otros. Repicar las campanas, doblarlas al viento y hacerlas cantar es más que un oficio, un arte.

No podía faltar una de las tantas leyendas que giran alrededor de las campanas: En Madrid, en la iglesia de San Pedro el Viejo, la misma en la que se venera a Jesús el Pobre, se habla que los obreros encargados de elevar la campana a lo alto del campanario mudéjar, no pudieron instalarla al comprobar que no cabía por las escaleras de acceso a la torre. Como se hacía de noche se dejó para el día siguiente. La sorpresa vino cuando a la mañana siguiente la campana comenzó a repicar. Nadie se explica cómo la campana pudo subir a lo alto del campanario, ni quién o quiénes fueron los artífices de esta hazaña. La campana que hoy puede verse es más pequeña y data del año 1801.

Almanzor -del que se cuenta que nunca conoció la derrota- asoló la ciudad de Santiago de Compostela en el verano de 997, solo respetó la tumba del apóstol. Cuenta la leyenda que los prisioneros cristianos fueron obligados a cargar con las campanas del templo de Santiago hasta Córdoba. Dos siglos y medio después, también entre el mito y la realidad se dice que las campanas regresaron a Santiago a manos de prisioneros musulmanes capturados por Fernando III «El Santo».  


Andrés Pajares en un sketch, en la década de 1970 dijo más o menos:

Se comunica al pueblo, 
que por haberse roto
el badajo de la campana, 
se tocará con la cabeza del Emeterio.

Os imagináis la cabeza oscilante del pobre hombre, golpeándose de un lado a otro y produciendo un sonido binario.

Y ¿Quién no recuerda la imagen de una oveja con su campana? Se colgaban en el cuello como amuleto para ahuyentar a los lobos.

En el 2004 casi cien templos iniciaron el Jacobeo con un repique de campanas, haciéndose patente en las iglesias de Burgos, León y otros pueblos del Camino de Santiago.

Me encanta el repicar de las campanas, con su sabor añejo, su lenguaje de tañidos. 

¿Y a ti?  



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