La actualidad de ayer
La cosecha - 1882 Camille Pisarro |
Un tema candente
El trabajo femenino en los
medios rurales
En verdad que no resulta
demasiado fácil la promoción profesional de la mujer trabajadora en los medios
rurales, salvo cuando «ellas se aficionaron a acudir como alumnas a las
escuelas agrícolas que existen en algunas poblaciones: para capataces agrícolas,
para la técnica enológica, etcétera. Y ello se nos antoja aún, no obstante la
acelerada emancipación laboral y social de las féminas, un tanto lejano; llegará,
como todo, pero tardando un poco más…
Normalmente, las mujer que
labora en diversas temporadas campesinas ha llegado literalmente a donde iba,
tanto la que ya venía dedicándose a distintos menesteres: arranque de leguminosas,
vendimia, recolección de la aceituna…, como la que, velis nolis, al faltar en
el hogar el marido o el hijo, emigrados para más o menos tiempo, se ha visto
impelida a dedicarse al agro aportando sus brazos y su esfuerzo. Y es evidente
que en tales faenas no cabe para la mujer ni la capacitación cuantitativa ni la
cualitativa. Desempeña una misión (raramente cualificada y por lo común
manual), percibe el salario que le dan y… no hay más consecuencias.
Claro que en algunos
pueblos y ciudades ha surgido en los últimos tiempos una actividad entre
artesana e industrial, como es la confección de ropas: camisas, pantalones,
chaquetas, batas, gorras, prendas interiores…., y esto ha imprimido un nuevo
sesgo a la situación de la mujer como parte activa de la sociedad rural. Los
puestos de trabajo previstos se han ido cubriendo rápidamente, y a veces faltaron
para el número de solicitantes. Buen indicio. La promoción se ha realizado
haciendo de la necesidad virtud. Necesidad de llevar a la familia un auxilio; y
necesidad, también de lograr la trabajadora (adolescente y mocita, sobre todo,
porque a esas edades nutren más la demanda) un estimable ingreso con qué
atender sus «gastillos» de
vestir, de ver espectáculos, de adquirir los inevitables caprichos del «bello
sexo»,
que en esto no tiene fronteras ni diferencias de habituabilidad. La mujer de la
gran urbe no difiere, y hoy menos que nunca, de la que ha nacido en un núcleo
de solo tres mil almas…
Muchas mujeres, en esta
increíble época de pleamar migratoria, hubieran abandonado las zonas agrícolas
para (por no apetecerles laborar en ellas) colocarse en fábricas de conservas,
de hilados y de tantas otras variedades en las ciudades importantes: Madrid,
Barcelona, Valencia…, o bien, «in extremis» para
prestar servicio como doncellas, asistentas, freguetrices y todos esos
menesteres domésticos que se conocen hoy, más noblemente y para sus
representantes, como «empleadas del hogar».
Pero la creación de estas plantas y talleres de confecciones de ropas ha
evitado en considerable proporción la dispersión de la mujer, que queda más
segura -no
hay que decirlo- en
sus puntos de origen, junto a los suyos. Al menos, si se les depara una
oportunidad.
Almagro y otros municipios
del Campo de Calatrava, donde desde hace varios siglos la mujer ganó con el
encaje de bolillos el pan de cada día, se enfrentan con la competencia de la
encajería de fábrica, motivando que aquélla se vea desplazada (y con la ventaja
de que hay beneficios económicos más altitos) a la confección de ropas, al
bordado de tarjetas a máquina, a algunas industrias de conservación de
berenjenas, pisto manchego y otros frutos…
Es decir, que la mujer
manchega, de cualquier modo, se invierte más que nunca en una gama de variados
oficios, y que el campo y la emigración van teniendo con frecuencia la
contrapartida de las nacientes actividades menores. En este aspecto, muy bien
la cosa. Pero lo que no es tan sencillo es la promoción de la trabajadora en
cuanto a un mejoramiento paulatino en su propio hábitat laboral. Puede, por
supuesto, alcanzar más destreza, adquirir más experiencia, pasar de una sección
a otra, dirigir un carro. Pero no se sube, porque no existe posibilidad alguna,
a una respectiva categoría sensiblemente superior. El techo está próximo y ya
no se puede pasar. Coser una prenda, bordar una tarjeta, enlatar unos
pimientos, ordenar unas cajas o acomodar una nave, verbigracia, no tiene para
la obrera una escala de valores y avances profesionales. La limitación de
funciones es evidente e insuperable.
De todas maneras, sí, se
advierte hoy en las comarcas manchegas una inquietud tremenda, patética casi
por el trabajo para la mujer, con la que la vida social ha experimentado en
ellas un giro de ciento ochenta grados.
Miguel García de Mora. Escritor.
Europa Press
30 de agosto de 1976
Página 9
Muchísimas gracias a los dos por permitirme publicar algunas de sus crónicas.
Miguel García de Mora Gallego, «El narrador de La Mancha» nació en Manzanares en 1916 y murió en La Solana en 2013. Llega a este Blog de la mano de su hijo Luis Miguel que lo define como un hombre sencillo y un periodista incansable. Para su hija Gloria, su padre, fue un manchego de pro, de franqueza campechana y corazón abierto, que se sintió Quijote y Sancho en extraña confusión.
Muchísimas gracias a los dos por permitirme publicar algunas de sus crónicas.
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