miércoles, 29 de noviembre de 2017

De tertulia con... El café




Unos dicen que fue descubierto hacia el año 850, en Abisinia, hoy Etiopía, -por casualidad- como la gran mayoría de los descubrimientos.

Cuenta la leyenda que Kaldi, un pastor musulmán, se percató que sus cabras mostraban gran actividad y nerviosismo. Hasta les costaba conciliar el sueño y las veinticuatro horas del día oyendo ¡Beeeee!, le hicieron buscar la razón de ello. Observó que mordisqueaban durante el día los frutos de un árbol rubiáceo autóctono de aquel país llamado cafeto.

Cierto morabito o santón, escuchó al cabrero que le había llevado unas cuantas bayas. No se sabe si por descuido o por considerar baladí lo que le estaba contando, el caso es que cayeron al fuego y un dulce aroma les cubrió de la cabeza a los pies. Sacaron los granos tostados de las brasas y lo disolvieron en agua caliente con sal. Por probar que no quedase. ¡Aleluya! Aquel día se mantuvo despierto todo el tiempo durante sus rezos, él que se dormía con tanta facilidad.

Se cree que desde Abisinia se propagó a Egipto y Yemen. En 1420 ya se tenían noticias de que se bebía en Siria y Turquía. A Europa no llegó hasta finales del siglo XVI. Fue en Arabia donde los granos fueron tostados y molidos en forma similar a lo que se hace en la actualidad.

Pedro Teixeira de vuelta de un viaje por Turquía, en 1610, habla del café: «… una bebida que llaman allá el kaoah, de simiente hendida, tostada y negra como la pez…»

Su popularidad creció, tanto, que una ley turca sobre el divorcio, admitía que una mujer podía divorciarse si su marido no le proporcionaba una dosis diaria de café. También hubo sus más y sus menos, doctores y juristas musulmanes fueron consultados para saber si el brebaje se ajustaba al Corán, los católicos llegaron a llamarlo una amarga invención de Satanás, sin embargo, el papa Clemente VIII disipó aquella duda probándolo y diciendo con socarronería: «No siempre todo lo de los infieles es cosa mala, hijos carísimos…», bautizando simbólicamente la tacita de café y haciéndola aceptable para los católicos. Los protestantes, en cambio, la reprobaron, Federico II de Prusia lo sometió al pago de un fuerte impuesto. En Rusia se prohibió con penas de tortura y mutilación.  

Pronto los cultivos del café comenzaron a desplazarse. Los ingleses lo llevaron a sus colonias. Los holandeses lo hicieron cultivar en Indonesia, Java, Guayana Neerlandesa, Guayana Francesa. La primera plantación en Brasil, en 1727, fue debida a la sustracción de esta planta desde la Guayana Francesa. Los misioneros capuchinos llevaron las primeras semillas a Venezuela desde Brasil. Los franceses lo establecieron en sus colonias y a Colombia llegó desde las Antillas Francesas.

La primera cafetería de la que tenemos noticia se abrió en 1475 en Constantinopla. En Londres en 1652. En 1670 en Berlín. En París, dos hermanos armenios abrieron sendas cafeterías en las calles Saint Germain y De Bussy. ¡Oh, Paris, mon amour! Allí en el café Procope, en 1686, se inventó el sistema de pasar agua caliente a través de un filtro con café molido y en Marsella, al parecer, surgió el primer carajillo: ron con café. Desde Marsella, el café y el carajillo viajaron a todo el mundo. Y cruzó el Atlántico. En Boston el primer establecimiento abrió en 1689.

Las cafetería se prodigaron como las setas, filósofos y letrados hicieron que en ellas nacieran ideas liberales con la distribución de panfletos. Tal agitación, en 1676, hizo que el rey Carlos II de Inglaterra pidiera el cierre de las cafeterías citando ofensas contra el reino. Se alborotaron los ingleses y fue tal la reacción que el edicto de cierre debió revocarse. A finales del siglo XIX y principios del XX, en España, los intelectuales comenzaron a invadir las cafeterías, como:

El Café Gijón

Nacido en 1888 en el Paseo de Recoletos, núm. 21 de Madrid, en él se hablaba de política, de toros y de aquel crimen de Luciana Borcino, en la calle Fuencarral. Lugar donde José Canalejas, discretamente tomaba a solas su café, hasta el día de su asesinato. También a él se llegaba Santiago Ramón y Cajal acompañado de Benito Pérez Galdós. Y ¡Cómo no! Valle Inclán. Otros personajes forman parte de la historia de este Café, como Alfonso González Pintor (1933-2006) que tenía un puesto de venta de tabaco, y hay una placa a la entrada del local que dice así: «Aquí vendió tabaco y vio pasar la vida Alfonso, cerillero y anarquista».

Café Novelty

En la Plaza Mayor de Salamanca y fundado en 1905, con la estatua dedicada a Torrente Ballester, obra del escultor Fernando Mayoral. Entre sus asiduos figuraban Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Pedro Laín Entralgo, Francisco Umbral, Carmen Martín Gaite, Agustín de Foxá y muchos más… Entre sus mesas se gestó y fundó la Unión Deportiva Salamanca y Radio Nacional de España.

Café de Fornos

Estaba en la calle Alcalá, esquina calle de la Virgen de los Peligros, en Madrid en 1907. Ya no existe. Era uno de los cerca de catorce café de la Puerta del Sol. Llegó a figurar en las guías de viajes internacionales a nivel europeo. El dueño José Manuel Fornos, ayuda de cámara del Marqués de Salamanca, hizo de su local punto de reunión de literatos y aristócratas de la época. Las pinturas de los techos y los cuadros de las paredes del local eran alegorías al «» al «Café», al «Chocolate» y a los «Licores y Helados»Ofrecía un servicio de cenas baratas a partir de medianoche, lo que dio lugar a este slogan en forma de cuplé:

Ni Suizo, ni Levante
Ni Inglés, ni Colonial
No hay Café como el de Fornos
Pa cenar de madrugá.

Entre sus habituales figuraban Azorín, Pío Baroja, Marcelino Menéndez Pelayo, Manuel Machado. Con su animada doble vida, el Café de Fornos era famoso. De día, lugar prestigioso con un restaurante de lujo, y de noche, lugar de algarabías.

El conde Rumford inventó la cafetera por goteo a finales del siglo XVIII. Sí. El mismo conde que estableció el cultivo de la patata en Baviera e ideó la sopa Rumford, un alimento para los pobres, y que hasta un cráter lunar lleva su nombre, pues ése también concibió una taza de café con filtro.

Otra cafetera, esta vez de filtro, sería inventada por el farmacéutico Rouen Descroisilles, constaba de dos recipientes cilíndricos superpuesto, el superior con la base agujereada y cubierta con un disco perforado sobre el que se ponía el café. Al pasar el agua hirviendo se producía la infusión que se recogía en la parte inferior.

Las cafeteras de porcelana llegaron de la mano de Cadet, un químico francés.

El café fue evolucionando. En 1905 Ludwig Roselius inventó un procedimiento para descafeinarlo. El instantáneo nació en 1937. Gaggia, (se pronuncia algo así como Gacha), el italiano creador de las cafeteras expreso y capuchino, en 1938, nunca imaginó esa máquina de cápsulas que ahora a través de un teléfono puede preparar un café perfecto, o al menos eso es lo que dice el anuncio.

Si el sentido del gusto nos hace distinguir lo dulce, lo salado, lo amargo y lo ácido; si el sentido del olfato nos inunda de ese aroma del buen café, ese que te hace sentir sensaciones indescriptibles; reconozcamos que es el sentido de la vista el que nos lleva a recrear la imagen de George Clooney, llevando a sus seductores labios esa tacita de cristal transparente con el fondo negro y la espuma blanca.

¡Aleja de mí, Satanás, los libidinosos pensamientos que me asaltan!

Poco tienen que ver con la evolución del café, con el futuro, con el poder de la publicidad.


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