En su día, se dijo:
(…)
muy buen castillo de cal y canto, nuevamente reparado con su foso y torreones,
y en él plantadas ocho muy buenas piezas de bronce, con otras de hierro colado,
y muchos arcabuces y ballestas turquesas, con otras muchas armas, para
seguridad y defensa del mesmo castillo.
Se
sabe que un noble sin castillo no es nadie. No solo cumplía funciones
castrenses, sino que también servía de residencia a señores, nobles y a los
propios reyes. En general la entrada de los castillos nunca estaba
enfrente del puente, tampoco tenía ventanas en la fachada y siempre había una
capilla dentro del mismo.
Este
de La Alameda tiene pequeñas dimensiones. Presenta planta rectangular, con
esquinas redondeadas. En lo que respecta a las torres, solo se mantienen en pie
dos, una cuadrangular, en el ángulo noroeste y otra cilíndrica, en el extremo
opuesto.
Bajo el castillo hubo un asentamiento
datado del 2000 a.C. Está cerca del Arroyo de Rejas, el Jarama y el Manzanares.
Fue reocupado durante época romana y medieval. Durante el medioevo surge la
aldea de La Alameda.
Se cree que fue Diego Hurtado
de Mendoza quien mandara construir el castillo en medio de un bosque de encinas
y junto a la aldea, entre los años 1431 y 1476, fecha en la que figura «como
refugio de los partidarios de la Beltraneja cuando perdieron Madrid» tras la
batalla de Toro, así consta en la documentación de la época.
Posteriormente
fue otorgado como dote por el rey Juan II de Castilla a Inés de Ayala y Ruiz
Sanz Zapata, pasando de este modo a los Zapata, por lo que vemos en el escudo
unos zapatos.
Cuando
los Zapata se emparentaron con la poderosa familia de los Mendoza, Francisco
Zapata y Cisneros, el mayordomo de Felipe II y presidente del Consejo de
Castilla fue nombrado I conde de Barajas y señor de La Alameda. En 1575, el
conde encargó su ampliación y reforma para convertirlo en palacio renacentista
con un espléndido jardín, se levantó la torre del homenaje, se construyeron
nuevas crujías en los laterales oriental y meridional y se abrieron vanos más
amplios y luminosos. Así mismo el foso se convirtió en jardín.
Fernando
Álvarez de Toledo y Pimentel, duque de Alba, lo
habitó en 1580 a su regreso del destierro de Uceda. La reina Margarita de
Austria, al casarse con Felipe III visitó el castillo en 1599 de camino a
Madrid. En él murió el III duque de Osuna. Tras su fallecimiento, la condesa
de Benavente, su esposa, decidió comprar las tierras adyacentes, que, con el
tiempo, dieron lugar a la finca de la Alameda de Osuna.
Un incendio destruyó el castillo en 1697. Ante el abandono
piedras y otros elementos fueron desapareciendo. Cuando en 1787 se comienza a
construir el parque de El Capricho, propiedad de la duquesa María Josefa
Pimentel y Téllez-Girón, se usan materiales procedentes del castillo
abandonado. Su deterioro se hizo especialmente visible en el siglo XIX. Sus materiales también sirvieron para
la construcción del panteón de los Fernán Núñez familia que heredó el título
nobiliario del condado de Barajas. En 1856, la duquesa proyectó recuperar el
castillo para convertirlo en casa de campo, proyecto del cual aún se conservan
los dibujos, sin firmar, pero posiblemente realizados por un arquitecto belga.
Volvió a sufrir nuevos daños, durante la guerra civil, al instalarse junto a él un nido
de ametralladoras, formando parte del sistema defensivo del alto mando
republicano asentado en El Capricho.
Está considerado Bien de Interés Cultura y hoy depende del
Departamento de Museos del Ayuntamiento de Madrid, estando adscrito al Museo de
los Orígenes.
Desde el castillo hay una
buena vista de la Peineta, el estadio del Atlético de Madrid.
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