Nos
sentimos, nos amamos, nos buscamos.
La
felicidad está en nuestro camino.
¿Cuánto
vale un beso aquí, en esta ciudad?
Preguntabas
con tu voz encendida.
Te
busqué en el pretérito pluscuamperfecto
del
verbo amar,
corrí
tras las señales de humo
que
se vislumbraban a lo lejos en la serranía.
Recuerdo...
las
rocas escapadas del ascenso,
los
angostos caminos serpenteantes,
y
me encontré...
Humanos
atrapados en parejas sin cariño,
viajeros
veloces que ascienden raudos
para
no ser traspasados
por
la inhumanidad de los monstruos del lago;
animales
heridos con sus corazones destrozados,
individuos
con sus ególatras mascaras
siempre
interesados en poner chinchetas
en
tus zapatos,
arboles
inclinados por la fuerza de viento,
almohadilladas
de musgo en las superficies sombrías,
pero
también seres nobles con sus almas cristalinas
prestas
a echarte una cuerda en tu escalada.
.
Sigo
subiendo,
cada
vez me cuesta más respirar,
la
pendiente se hace descomunalmente inclinada
y
yo… Me desplomo. Siento mi cuerpo caer al vacío.
En
mi cabeza retumba el sonido estridente de una bocina.
¿Estoy
en la urbe, estoy en la sierra?
Todo
se hace confuso.
Me
despierto. Ha sido una pesadilla.
Ahora
soy yo quien pregunta:
¿Cuánto
vale una tirita en esta botica?
©
Sol Cerrato Rubio
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