miércoles, 19 de agosto de 2020

Liliana Delucchi: La fotografía


Esta tarde no tiene que planchar, así que enciende la radio y, acompañando a la voz que sale del aparato, estira las sábanas. Sin haber acudido nunca a clases de idiomas, es capaz de seguir las canciones en inglés o italiano y en algunos casos hasta conocer su significado.
––En cinco minutos llegan las noticias, a ver qué dicen.
Es entonces cuando el locutor anuncia que a las diecinueve horas llegará a la Estación del Norte el cantante Vittorio Storaro. El corazón de Margarita se paraliza, la taza de té se le cae al suelo y ella corre en busca de los vinilos. Se sienta junto al tocadiscos, estira la falda y cruza las manos sobre su regazo. Un aria tras otra, la cabeza de la mujer descansa sobre su mano derecha y una media sonrisa no se atreve a extenderse. Sus ojos buscan una foto enmarcada que permanece en la repisa desde que ella tenía diecisiete años. Él veintisiete. La sacó de una revista la primera vez que el artista visitó España y ella fue a su concierto.
––Pienso en ti más que nunca. Hoy está lloviendo. Los domingos de lluvia me siento confusa. Si llueve no puedo lavar la ropa y, en consecuencia, no puedo planchar. Tampoco puedo pasear, ni tumbarme en la terraza, lo único que puedo hacer es mirarte y escucharte, ––dice al hombre del retrato.
Pasó la adolescencia buscándolo entre los chicos de su edad, pero ninguno estaba a su nivel. Nadie con su acento y su dulzura. La juventud tampoco trajo ningún regalo masculino. En la administración de loterías le entregaban los boletos a través de la ventanilla y se iban, felices o amargados, pero sin retorno. Y ella, de vuelta a ese piso heredado de sus padres, donde nació y probablemente morirá sin más proyectos que hacer la comida o quizás recoger del colegio a los hijos de su inquilina, una amiga que intenta sin éxito presentarle caballeros a su altura.
Estira las piernas. Son las cinco de la tarde, tengo tiempo. Busca en su armario el traje que se puso para la comunión de la vecinita, se lava la cabeza y recoge el pelo en un moño. Se pone el collar de perlas de su madre y los zapatos de tacón.
Lo más importante: buscar en el álbum su foto, aquella de cuando tenía diecisiete años, cuando se enamoró de él. De un cajón coge un sobre color azul.
––A la Estación del Norte ––dice al taxista.
Hay un mundo de gente, entre periodistas y curiosos, pero Margarita logra acercarse al andén. Llegan las palpitaciones cuando el vagón se acerca y se desbocan cuando lo ve descender. A codazos y empujones logra llegar hasta su amado. Saca el sobre de su bolso, marca en él un beso con su boca pintada de granate y se lo da.
El hombre mira a esa mujer con ojos de lluvia, le sonríe, recoge la carta y la guarda en el interior de su chaqueta.
––Ya estamos en paz ––le grita ella por encima del vocerío ––. Tú también tienes mi foto.

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