Con un suspiro, Bulma se recolocó por
enésima vez la falda del vestido ante el espejo y se observó, crítica. Por
algún motivo y por primera vez en su vida, toda la seguridad que había
caracterizado sus pasos a lo largo de su vida parecía desmoronarse como un
castillo de naipes. Cualquier que la hubiera visto, como siempre, se hubiese
quedado sin aliento al ver cómo la tela de color teja resaltaba sus curvas, su
cabello un poco ondulado con espuma, apenas una línea de eyeliner destacando el contorno sus ojos azules. Pero ella solo se
sentía temblar como una hoja al pensar en lo que iba a hacer aquella noche.
Quizá no pasaría nada; al fin
y al cabo, Vegeta y ella llevaban unos días un poco distanciados. Pero Bulma
sabía que solo se engañaba a sí misma pensando aquello, en la creencia de que
estaría más tranquila. En el fondo, lo único que quería era abrazarlo de nuevo,
sentir su piel contra la de ella y fundirse con su cuerpo hasta olvidar casi
sus nombres y quiénes eran por separado. Una lágrima traidora estuvo a punto de
rodar por su mejilla cuando pensó en aquel momento en que le había dicho “Te
quiero”, casi sin pensarlo, enredados ambos entre las sábanas. Había sido una
noche tan dulce y tan feliz que casi parecía un sueño. Precioso, pero un sueño
al fin y al cabo del que la realidad la había terminado despertando como un
mazazo.
—¿Bulma? —escuchó entonces a
su espalda, volviéndose con un saltito mientras trataba de limpiarse aquellas
pequeñas gotas traidoras de las mejillas.
Pero ninguna hija es capaz de
engañar a su madre por mucho tiempo.
—Cielo, ¿estás bien?
—preguntó la señora Briefs mientras dejaba de nuevo a Trunks en su cuna y se
acercaba a la puerta del baño.
Bulma forzó una sonrisa y
salió de la pequeña estancia, esquivando a su madre para dirigirse hacia el
tocador y empezar a preparar su bolso.
—Sí, mamá. No es nada
—respondió, fingiendo ordenar el contenido del mismo y asegurarse de que
llevaba todo—. Gracias por aceptar quedarte con Trunks esta noche…
—Bulma.
La muchacha se interrumpió en
cuanto su madre le colocó una mano en el hombro y la llamó. Su eterna sonrisa y
alegría parecían haberse esfumado, dando paso a una preocupación más que lógica
por su única hija. Esta sonrió, con las mejillas algo encendidas por los
nervios y la vergüenza de confesar.
—Está bien, mamá. Todo va a
ir bien.
La aludida pareció sonreír a
su vez.
—Estoy segura de que harás lo
correcto, Bulma —le dijo entonces, antes de besarle una mejilla y acariciarle
la otra—. Y, si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde estamos.
Bulma se quedó algo
sorprendida.
—Gracias, mamá.
Esta asintió y le dio un
nuevo beso.
—Suerte, cariño.
La joven soltó una risita
nerviosa, antes de ver cómo su progenitora se acercaba a tomar a Trunks en
brazos y se sentaba sobre el borde de la cama. Sí, desde luego que iba a
necesitar suerte. Pero antes de irse se aproximó a besar a su bebé —diantre,
cuánto le recordaba a su padre aquel ceño fruncido— y a abrazar de nuevo a su
madre.
—Gracias, mamá —repitió—. Por
todo.
A lo que esta respondió:
—No dejes escapar a ese
diamante en bruto, ¿me has oído?
—¡Mamá! —se escandalizó
Bulma.
Su madre, por toda respuesta,
le guiñó un ojo mientras fingía retomar la atención hacia Trunks.
—¿Acaso me equivoco?
Bulma, tras un segundo de
estupefacción, se echó a reír antes de despedirse y salir por la puerta. Nadie
más en la casa aparte de sus padres sabía lo que iba a hacer. Pero, en honor a
la verdad, debía admitir que su madre tenía razón. Vegeta era todo un diamante
sin pulir. La cuestión era: ¿sería ella la responsable de hacerlo?
El hospital de la Ciudad del
Este estaba tranquilo a aquella hora cercana a la medianoche. Todos los que
habían acudido a ver a los heridos por la tarde habían retornado a sus casas.
Por un instante, Bulma estuvo tentada de entrar a comprobar cómo estaba Trunks,
pero enseguida lo desechó. Su presencia suscitaría demasiadas preguntas y, si
había ofrecido a Vegeta ir a verle, era precisamente porque tenían una cuenta
pendiente. Ellos dos solos.
La enfermera detrás del
mostrador de recepción, por suerte, estaba dormida en ese momento, por lo que a
Bulma no le resultó difícil colarse hasta los ascensores y ascender hasta la
planta en cuestión. Con el corazón acelerado, avanzó por el pasillo hasta la
puerta junto al cartel “108” y echó la mano al picaporte. Al otro lado no se
escuchaba nada.
Cuando entró, la puerta
chirrió ligeramente, haciendo que el único ocupante del dormitorio girase la
cabeza hacia ella. Estaba sentado en el alféizar de la ventana, con los pies
apoyados sobre el mismo y los brazos doblados sobre las rodillas, en una
actitud que parecía relajada. Bulma cerró tras de sí mientras sus miradas se
cruzaban en la penumbra, sin que él se moviera de su sitio.
—Hola —saludó ella.
Él se incorporó entonces y bajó los pies del alféizar,
pero siguió sentado sobre el mismo.
—Hola.
Bulma tragó saliva y dio unos pasos hacia la cama,
depositando el bolso en una silla cercana mientras avanzaba. Como si fuese una
coreografía, él bajó entonces de la ventana al suelo y avanzó también, hasta
que apenas la cama quedó entre los dos. Por un momento ninguno pareció saber
qué hacer, al menos hasta que el Saiyan se sentó sobre el colchón con un
gruñido.
—¿Cómo estás? —preguntó entonces Bulma, rodeando la cama
para sentarse también, aunque a una distancia prudencial de él.
—Estoy bien —aseguró Vegeta, moviendo el cuello como para
desentumecerlo; conteniendo una maldición cuando una de las heridas del hombro
derecho le tiró más de lo deseado.
Bulma sonrió sin quererlo. Mira que aquel hombre podía
llegar a ser cabezota…
—Eres resistente, pero no tanto.
Vegeta le dirigió una torva mirada por el rabillo del ojo,
pero el resto de su rostro desmentía mucho el enfado. En realidad, Bulma quería
pensar que él se alegraba de verla.
—¿Cómo está Trunks? —preguntó entonces el herido.
Bulma alzó una ceja.
—¿Cuál de los dos?
Vegeta soltó una risita corta. Ya habían tenido antes
aquella conversación.
—¿Ambos? —preguntó al final, encogiéndose de hombros y
media sonrisa irónica que no pudo reprimir.
Bulma sonrió casi sin pretenderlo, mordiéndose el labio
con fuerza para reprimir las ganas de lanzarse hacia delante y abrazarlo. En el
fondo, debió saber que no se había equivocado al apostar por él. Era mucho
mejor persona de lo que le gustaba mostrar y a Bulma le tenía robado el corazón
solo con esas pequeñas cosas.
—El adulto durmiendo al otro lado de la pared, creo
—respondió la mujer entonces, echándose el pelo por detrás de las orejas para
camuflar su azoro—. El bebé, con mi madre, como de costumbre cuando no estoy
yo.
Vegeta la miró con una extraña intensidad.
—¿Y el resto?
—¿Qué pasa con ellos? —preguntó Bulma con suavidad.
Vegeta hizo un gesto vago con las manos.
—¿Saben que estás aquí?
Bulma enrojeció aún más.
—No, nadie más.
El Saiyan asintió despacio, comprendiendo. Entonces, hizo
algo que Bulma no esperaba. Despacio, alargó una mano y tomó los dedos de ella
entre los suyos, haciendo que la joven se estremeciera.
—Siento todo lo que te he hecho pasar, Bulma —manifestó en
voz muy baja a continuación, para sorpresa de la aludida.
—Vaya —susurró ella cuando se repuso—. ¿El gran Vegeta
pidiendo perdón? Qué sorpresa…
—¡Oye, no te rías de mí! —protestó él, aunque acababa de
enrojecer como una granada madura—. Que estas cosas se me den mal no significa
que no tenga sentimientos, ¿de acuerdo?
Bulma ladeó la cabeza, divertida.
—¡Oh! ¿De verdad? —se chanceó sin maldad—. ¿Y qué sientes
ahora mismo, señor “tengo sentimientos, gracias”?
Vegeta entrecerró los ojos e hizo una mueca de burla.
—Muy graciosa —gruñó, picado, antes de apartar la vista de
nuevo, pero sin soltar la mano de la mujer—. Lo cierto es que… En realidad,
agradezco que no te hayas rendido conmigo.
El guerrero calló, sabiendo que quizá había dicho una
ñoñería y queriendo que se lo tragase la tierra. Aun con Bulma, había cosas que
todavía le costaban. Pero cuando ella se levantó de la cama, el guerrero alzó
la vista, tenso. ¿Qué iba a hacer Bulma?
“Probablemente, se piensa que soy un idiota y que no
merezco un minuto más de su tiempo”, se flageló mentalmente, temiendo lo peor.
Pero cuando sintió que, al contrario de lo que creía, ella
se aproximaba a él y se situaba entre sus piernas, tomándole acto seguido el
rostro con las manos, Vegeta se quedó aún más paralizado si cabía. ¿Ella…?
Despacio y con las pulsaciones a mil por hora, Vegeta se
dejó levantar la barbilla y clavó sus ojos de carbón en los zafiros de ella,
donde no encontró más reproche sino una sincera emoción.
—Yo jamás me rendiría contigo —dijo entonces Bulma, antes
de inclinar el rostro y besarlo sin más preámbulo.
No importaba lo que hubiera pensado, lo que le hubiese
dicho a Trunks, su madre o a quien fuera. Cuando Bulma dijo aquello, sintió que
era cien por cien cierto. Lo amaba y creía demasiado en él como para tirar la
toalla a la primera de cambio. Y se lo pensaba demostrar.
El guerrero, por su parte, se quedó clavado en el sitio
mientras ella comenzaba a besarlo sin prisa, pero con cierta ansiedad, sin
estar seguro de que aquello no fuese un sueño del que despertaría en cualquier
instante. Pero, al ver que aquello se alargaba y los labios de Bulma seguían
rozando los suyos, Vegeta terminó soltando las manos de las sábanas y rodeó la
cintura de ella, atrayéndola hacia sí. Bulma movió los dedos hacia su nuca y los
enredó en su cabello oscuro mientras sus lenguas jugaban sin descanso.
La pasión era patente en cada caricia, cada suspiro, cada
pequeño jadeo. Por ello, no es de extrañar que, al cabo de unos minutos, cuando
Vegeta empezó a levantarle la falda del vestido con ambas manos, recorriendo
toda la longitud de sus muslos hacia arriba con las yemas de los dedos, Bulma
empezara a bajar los pantalones ajustados de él. Después de ir a por un
anticonceptivo al bolso de mutuo acuerdo, ella se subió a la cama, a horcajadas
sobre él. La unión íntima fue entonces como si dos piezas separadas por
demasiado tiempo encajaran de nuevo a la perfección. Bulma enterró sus gemidos
en el cuello de Vegeta, mordiendo hasta casi hacerle sangrar de nuevo. El
guerrero, por su parte, no quería que aquello acabase nunca y dejaba que Bulma
se moviese sobre él, tan solo aferrado a sus caderas y a su espalda como si
fuera su único soporte en la vida. El hombre moreno besó su cuello, sus
hombros, sus clavículas, su escote, sintiendo que el clímax se acercaba a una
velocidad demasiado elevada. Pero fue maravilloso el no tener que separarse ni
siquiera cuando todo acabó de la forma más dulce posible.
Y solo entonces, Vegeta tuvo el valor de susurrarle a su
amante al oído las únicas dos palabras que jamás pensó que diría a nadie en
todo el Universo. Ella se emocionó hasta el punto de casi llorar, pero volvió a
besarlo para camuflar las lágrimas.
—¿Por qué lloras? —quiso saber él, abrazándola y algo
preocupado. ¿Había dicho algo malo?
Bulma sonrió y lo besó de nuevo.
—Nada, solo… —por algún motivo, rio como una tonta—. No es
nada, de verdad. Es solo que… Oírte decir eso…
Él sonrió y enterró la cara en el hueco de su cuello.
—Ha sido un impulso, no… Yo… —se avergonzó en voz muy
baja—. Perdóname.
Nunca se lo había dicho a nadie y ahora se sentía extraño,
como un niño tras su primera vez con una mujer que lo superaba en muchas
facetas del día a día. Pero Bulma sacudió la cabeza y le tomó el rostro con las
manos, sonriendo de una forma que al guerrero le estrujó dulcemente el corazón.
—No te disculpes jamás por decirme lo que sientes. Jamás
—le indicó ella con suavidad—. ¿Me oyes?
Vegeta, tras dudar unos segundos, asintió.
—Está bien. Supongo que… En realidad…—se mordió el labio,
escondido el rostro casi a la altura de los pechos de Bulma—. Me he enamorado
de ti.
Ella sonrió también, encantada y, tras besarlo de nuevo,
se bajó de su regazo hasta la cama, para tumbarse un rato junto a él. Vegeta la
imitó y ambos se quedaron echados hasta tarde hablando, algo que no habían
hecho apenas nunca desde que empezaron a acostarse. Y Vegeta, por primera vez
en su vida, sintió que aquello estaba muy bien mientras ambos se susurraban de
todo, desde tonterías hasta historias de sus pasados respectivos, pecho contra
pecho, con el brazo de él rodeando la cintura de ella y las manos de Bulma
apoyadas contra su piel desnuda.
Mientras las horas pasaban, Vegeta pensó, con cierto calor
en el pecho, que quizá, tras tanto sufrimiento y tanta violencia, simplemente
era lo que tenía que ser. Así, cuando Bulma se despidió después de haber
dormido junto a él unas pocas horas en la estrecha cama del hospital y le dijo:
«Nos vemos en casa», el Saiyan se quedó con un agradable aleteo recorriendo la
boca de su estómago, mientras veía amanecer al otro lado de la ventana.
Historia
en 3 capítulos ambientada en el universo de Dragon Ball Z, tras la película
“Dragon Ball: los guerreros de plata”
(Imagen:
Vegeta y Bulma, Pinterest)
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