Jabalí tomando un baño de barro De Richard Bartz, Munich Makro Freak - Trabajo propio, CC BY-SA 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2154942 |
Me gustaba tumbarme en la
mullida hierba, junto al río que venía serpenteando e interrumpía su murmullo por
unos instantes pensando en cómo solventar el obstáculo de la marcada hoz.
Miraba hacia el cielo por
encima de los esbeltos chopos y la mirada se detenía en la alta torre de la
catedral que parecía que se me venía encima, y eso que estaba lejos.
Me levantaba de un salto y
buscaba nidos, y grillos, y me metía en medio del rebaño de ovejas para hacer
rabiar al pastor. Y con mi tirachinas apuntaba al oír el zumbido de una bandada
de perdices.
De regreso al pueblo si me
encontraba con mi mejor amigo, le advertía de mi presencia a cantazo limpio,
siempre a las piernas, nunca a la cabeza. Me respondía de igual forma. Y juntos
caminábamos por las empedradas calles, felices los dos de haber nacido en
noviembre, el mismo día, con dos horas de diferencia. Yo era el mayor. Para
nosotros era el mes más bonito del año, aparte de recibir un regalo y muchos besos,
se había terminado la vendimia y se ahuyentaban las liebres de los viñedos. Cuando
esto ocurría nos poníamos a la espera en una de las lindes y con nuestra eficaz
arma las capturábamos para llevarlas a nuestras madres. Se ponían la mar de
contentas. Y nos las hacían al ajillo, estofadas o en escabeche.
En esa época ya el erizo había
preparado su guarida para cobijarse y se aprovisionaba de alimentos para el
duro invierno. Los robles se habían quedado sin bellotas y se veía a los jabalíes
comiéndolas bajo su sombra. Mi padre nos enseñó que a la hembra se le llama
jabalina y a las crías jabato o jabata. No nos metíamos con ellos solo íbamos a
observarlos cuando se daban los baños de barro.
Hoy, en este noviembre
lluvioso, acabo de enterarme que mi mejor amigo ha muerto con noventa años, y
pienso que ya estoy en primera línea de espera para ir allí donde quizás me
esté esperando con su sonrisa de siempre y el tirachinas.
© Marieta Alonso Más
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