Le pretendant
Il semblait sage et intelligent... comme on croit les hommes habituellement.
Quand il est arrivé dans notre village, il fut la nouveauté. Et pas parce qu’il
était un Adonis. Il était aussi mince que la morue sèche et on pouvait compter
un par un les deux cent six os que possède chaque adulte. Si ça attirait
l’attention, c’était pour avoir conduit une voiture qui enlevait le hoquet.
Pour moi sa voiture était indifférente, j’avais un vélo avec une sonnette rouge
coquelicot, si bruyant que tout le monde me cédait le passage.
Pendant six mois chaque dimanche, il se promenait avec une fille différente,
jusqu’à ce que lors d’une fête il me remarque. Il m’invite à danser mais je
refuse. Les dragueurs me dégoûtent, et je le lui ai dit à haute voix. Je n’ai
jamais eu beaucoup d’amies, j’en avais seulement trois, et toutes les trois ont
eu le malheur de tomber amoureuses de ce crétin. J’attache une grande
importance à l’amitié, c’est pourquoi je leur ai conseillé de découvrir d’où
venait ce type. Elles ne m’ont pas écoutée.
Alors j’ai commencé à faire
mes rechercheset elles ont révélé que ce Don Juan laissait des enfants dans
chaque coin, chaque village ou chaque ville par où il passait. En quittant son
poste, il piétinait le sol pour se débarrasser de la poussière, et il filait
comme un rat.
Mes amies prétendaient couvrir les faits avec le silence. J’ai refusé. Mais que
faire? Et je suis allée au monastère d’Oseira demander conseil à ma sainte
préférée. En sortant de là, je sentais la force nécessaire pour faire connaître
un tel comportement à la police, au prêtre et au maire, ce qui a conduit le
Tenorio à abandonner la ville un beau dimanche après-midi, non sans avoir
d’abord soufflé un baiser à chaque fille. Sauf à moi, qui l’ai menacé avec un
sort pour que le brouillard dévore son image.
J’ai perdu l’affection de mes amies. Elles auraient aimé avoir un enfant de
lui, mais leurs mères m’ont rendu hommage pour avoir empêché cet homme de
laisser sa semence dans notre village.
Traducida con todo cariño por:
María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a
Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de
Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia. Con 21 años
se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español
hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente
muy orgullosa.
Un millón de gracias María.
El
pretendiente
Parecía
sensato e inteligente… como los hombres acostumbran aparentar. Cuando llegó a
nuestro pueblo fue la novedad. Y no precisamente por ser un Adonis. Era tan
delgado como el bacalao seco y se le podían contar uno a uno los doscientos
seis huesos que tiene toda persona adulta. Si llamaba la atención era por
conducir un coche que quitaba el hipo. A mí su automóvil me era indiferente, yo
tenía una bicicleta con un timbre rojo amapola, tan estrepitoso que todos me cedían
el paso.
Durante
seis meses cada domingo sacó de paseo a una chica distinta, hasta que en una
verbena tocó el turno de que se fijara en mí. Me sacó a bailar. Lo rechacé. Me
dan asco los mariposones, le dije con voz alta y clara.
Nunca fui de
muchas amigas, solo tenía tres y las tres tuvieron la desgracia de enamorarse
de aquel mamarracho. Yo a la amistad le doy gran importancia, por lo que les
aconsejé que averiguaran de dónde había salido aquel tipo. No me hicieron caso.
Así que empecé a indagar.
Las
pesquisas delataron que aquel donjuán iba dejando hijos en cada aldea, pueblo o
ciudad por donde pasaba. Al marcharse del lugar donde estuviera destinado, zapateaba
para quitarse el polvo y si te he visto no me acuerdo.
Mis amigas
pretendieron tapar los hechos con el silencio. Me negué. Pero, ¿qué hacer? Y me
fui al monasterio de Oseira a pedir consejo a mi santa preferida. Al salir de
allí sentía la fuerza necesaria para dar a conocer tal comportamiento a la
policía, al cura y al alcalde, lo que dio lugar a que el tenorio saliera por
pies una hermosa tarde de domingo, no sin antes soplarles un beso a cada chica.
Menos a mí, que lo amenacé con un conjuro para que la niebla devorase su
imagen.
Perdí el
afecto de mis amigas. A ellas no les hubiese importado tener un hijo suyo, pero
las madres me hicieron un homenaje por evitar que aquel hombre dejara su
simiente en nuestra aldea.
© Marieta
Alonso Más
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