Apareció
la Justicia, como surgida de la nada, con la frente alta, el corazón rebosante
y una espada en la mano, y miró a su alrededor. Tenía el aspecto de un hada e
incluso de una diosa. Pese a sus ojos vendados, contempló una espesura negra y
quedó envuelta en un gran silencio. Todo lo que la rodeaba se había cubierto de
intriga, aunque no le dio excesiva importancia pues, allí por donde pasaba,
solían plantearse problemas y, en la mayoría de los casos, encontraba
soluciones. Y siempre vencía. Por algo era la Justicia.
Pero
aquella tarde era demasiado negra, o demasiado espesa, y se pegaba a la piel
como nunca le había sucedido. Algo pringoso y sucio pululaba en el aire. Su
larga cabellera se desparramaba al viento.
Jamás
supo cómo, de algún lugar oculto surgió un dragón con los ojos rojos y la atacó
sin esperarlo, aunque la Justicia estaba preparada para tales contingencias. Se
había curtido en muchas batallas. Iba a ser una pelea fácil porque aquel no era
rival para ella, pero tras el monstruo apareció un segundo dragón de ojos
morados, y la pelea empezó a complicarse. Por muchos golpes que asestara, eran
dos los enemigos y no iba a resultar tan sencillo como cabía esperar.
Los golpes caían y las
fuerzas se debilitaban. La Justicia luchó como nunca sin ayuda de nadie y, a
punto de vencer, apareció un tercer dragón con los ojos amarillos y rojos y la
pobre se vio acorralada. Pese a todo, la Justicia levantó su espada y continuó
enfrentándose a ellos. Ella sola contra tres rivales. Los cobardes siempre
necesitaban unirse porque solos no eran nadie.
La lucha se prolongó durante
horas que parecieron interminables, pero solo era una cuestión de tiempo: sus
enemigos lo sabían.
Los golpes cayeron y cayeron
uno tras otro, y la Justicia, cada vez más débil y triste, dobló las rodillas
y, finalmente, se desplomó en un rincón sola, herida y abandonada. Y allí
permanece agonizando a la espera de que alguien vaya a socorrerla.
© Blanca del Cerro
#cuentosparapensarBlancadelcerro
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