Mi madre era tan buena
administradora de su casa que nunca permitió que se dejase nada en el plato.
Decía que había muchos niños en el mundo pasando hambre para que se desperdiciara
la comida, es más, el despilfarro era
pecado.
Un día a la semana comíamos
de sobras, pero las envolvía con tal arte que engañaba a cualquier invitado imprevisto.
En una bolsa que hizo con
los restos de una sábana vieja, bordó la palabra «Pan» con
letras muy historiadas -ella
las llamaba góticas-, allí
guardaba el excedente de pan que iba quedando a diario. Cuando se llenaba la
bolsa por la mitad era el momento de hacer su famoso pudín que no duraba ni
veinticuatro horas.
Por lo visto la palabra budín
procede de la francesa boudin, que deriva de la latina botellus. La palabra pudin
o pudín -según
acentuemos-
procede de la inglesa pudding que probablemente deriva de la francesa.
Se consideraba un postre de
personas sin recursos, pero a medida que iban mejorando de status el pudín se volvía
más sofisticado.
Hoy es un postre muy
preciado, del que existen numerosas versiones. Para mí la mejor es ésta, la de
mi madre.
Ingredientes:
Pan duro (más o menos una barra)
2 tazas de leche
1 taza de azúcar
4 huevos
2 cucharadas de mantequilla
derretida
2 cucharadas de vino seco o
dulce
½ cucharadita de vainilla
Pasas y almendras al gusto
Preparación:
Quitar la corteza al pan.
Echarle la leche y cuando ablande ponerlo en la batidora con todo lo demás.
Mezclarlo todo.
Engrasar el molde y al
horno hasta que el cuchillo salga seco, a temperatura media.
Nota.- Mi madre era muy
minuciosa y le quitaba la corteza al pan. Uno de esos extraños días en que he
osado entrar en la cocina lo hice con la corteza y quedó tan rico. Lo digo para
quienes no gusten de pasar trabajo.
Ya me dirán.
Tiene muy buena pinta, lo voy a hacer, seguro que está buenisito.
ResponderEliminarTe va a encantar. Besos
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