viernes, 3 de diciembre de 2021

Amantes de mis cuentos: Acuarelista de sueños

 



Os contaré la historia de mi vida. Soy una mujer sin edad, la tía solterona que cuidó a sus seis sobrinos. Mi rostro según refleja el maldito espejo, está surcado por serpenteantes meandros, de estatura tiro hacia abajo y de tipo, flaca como un güin.

No necesité que me arrumbaran como si fuera un trasto viejo. Con lo que heredé de mis padres me compré una pequeña casa con un gran sótano, cerca de mi familia, pero lo suficientemente lejos para no molestar, ni ser molestada.

Llevo un mes en cama y Guillermo, el pequeño de mis sobrinos que tiene cincuenta años, a pesar de mis protestas, vino a vivir a mi casa. No podía permitir que fuera a pasar en solitario una gripe tan fuerte. Es el único que está pendiente de mí. Aprender a aceptar la indiferencia de los otros no fue fácil, tampoco tan difícil. Yo me distraigo sola.

Se sienta en una mecedora al lado de la cama y me pide que le hable de mi niñez. Le he prometido que, si encuentra un tibor chino escondido por algún lugar, se lo regalo. Y me dejó para ir en su busca, no sin antes alcanzarme un libro que me entretuviera.

Se llevó una sorpresa al abrir la puerta que da acceso a la cueva y descubrir mi secreto. Tanto que oí sus exclamaciones de asombro. Seguro que también abrió esos ojos azules, idénticos a los míos, que parecen dos bolas de billar saltando hacia la tronera. Al encontrarse rodeado de cientos de cuadros, se quedó pasmado ante mi creatividad. Después de contemplar unos cuantos subió a mi cuarto. Jadeaba de emoción.

―¡Cómo has podido guardar ese gran secreto! Tú bien sabes lo que me gusta el arte, y lo que odio la abogacía ―exclamó dándome tal abrazo que casi me quiebra un hueso.

―Pinto para ti. ―Acaricié su mejilla―. Todo tuyo.

―Te haré famosa, mi querida segunda mamá.

Y me besó.

―Como lo hagas… te crujo.

Con su simpatía habitual comenzó a hacer planes, y accedí siempre y cuando, mi nombre no apareciera. Es más, le animé a que si quería ponerlos a la venta los firmara él. Se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación:

―No. Buscaremos un seudónimo ―decidió.

Como por arte de magia la fiebre y la tos se precipitaron por la ventana. Y nos pusimos a trabajar, él catalogando y yo pintando frutas, verduras y flores. He hecho rico a mi sobrino. Los otros cinco están que rabian.

 

© Marieta Alonso Más

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