Os contaré la historia de mi
vida. Soy una mujer sin edad, la tía solterona que cuidó a sus seis sobrinos. Mi
rostro según refleja el maldito espejo, está surcado por serpenteantes meandros,
de estatura tiro hacia abajo y de tipo, flaca como un güin.
No necesité que me arrumbaran
como si fuera un trasto viejo. Con lo que heredé de mis padres me compré una
pequeña casa con un gran sótano, cerca de mi familia, pero lo suficientemente
lejos para no molestar, ni ser molestada.
Llevo un mes en cama y Guillermo,
el pequeño de mis sobrinos que tiene cincuenta años, a pesar de mis protestas, vino
a vivir a mi casa. No podía permitir que fuera a pasar en solitario una gripe
tan fuerte. Es el único que está pendiente de mí. Aprender a aceptar la
indiferencia de los otros no fue fácil, tampoco tan difícil. Yo me distraigo
sola.
Se sienta en una mecedora al
lado de la cama y me pide que le hable de mi niñez. Le he prometido que, si
encuentra un tibor chino escondido por algún lugar, se lo regalo. Y me dejó
para ir en su busca, no sin antes alcanzarme un libro que me entretuviera.
Se llevó una sorpresa al
abrir la puerta que da acceso a la cueva y descubrir mi secreto. Tanto que oí sus
exclamaciones de asombro. Seguro que también abrió esos ojos azules, idénticos
a los míos, que parecen dos bolas de billar saltando hacia la tronera. Al encontrarse
rodeado de cientos de cuadros, se quedó pasmado ante mi creatividad. Después de
contemplar unos cuantos subió a mi cuarto. Jadeaba de emoción.
―¡Cómo has podido guardar ese
gran secreto! Tú bien sabes lo que me gusta el arte, y lo que odio la abogacía
―exclamó dándome tal abrazo que casi me quiebra un hueso.
―Pinto para ti. ―Acaricié su mejilla―.
Todo tuyo.
―Te haré famosa, mi querida
segunda mamá.
Y me besó.
―Como lo hagas… te crujo.
Con su simpatía habitual comenzó
a hacer planes, y accedí siempre y cuando, mi nombre no apareciera. Es más, le animé
a que si quería ponerlos a la venta los firmara él. Se levantó y empezó a dar
vueltas por la habitación:
―No. Buscaremos un seudónimo
―decidió.
Como por arte de magia la
fiebre y la tos se precipitaron por la ventana. Y nos pusimos a trabajar, él
catalogando y yo pintando frutas, verduras y flores. He hecho rico a mi
sobrino. Los otros cinco están que rabian.
© Marieta Alonso Más
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