Era el hombre más temido de la zona
y alrededores, Don Vito Ferrara, el gánster más terrible que hubiera existido,
dueño de la principal red de prostitución de la ciudad, al mando del gran negocio
de la droga y señor de la totalidad de los casinos y garitos de juego del
entorno. Y se sentía orgulloso de ello, muy orgulloso. Llevaba desde tiempos
inmemoriales luchando por su imperio, tenía más dinero del que pudiera gastar
en varias vidas, y ahora esperaba que Andrea, su único hijo varón, tomase
pronto las riendas del negocio. Por eso le había aleccionado desde pequeño, por
eso quería hablar con él aquel día, por eso habían quedado citados para conversar
esa mañana.
Don Vito se sentía viejo, demasiado viejo, y
muy cansado con más de setenta años ya, excesivo trabajo y excesivas
responsabilidades, y dejaría todo en manos de Andrea, un chaval un tanto
extraño y taciturno pero su único hijo varón, ya que las tres mayores habían
sido niñas.
Tomaron asiento en el grandioso despacho del
gánster y se miraron a los ojos. Don Vito estaba emocionado. Se veía en el
futuro descansando en su fabulosa mansión mientras contemplaba tranquilo las
actividades de su imperio, al mando de su retoño. La imagen le reconfortaba y
animaba y, sobre todo, le hacía feliz. Por eso recibió un latigazo en las
entrañas cuando los ojos limpios de Andrea le traspasaron mientras decía:
— Lo
siento, padre, pero no puedo. No puedo… lo siento mucho…
— ¿Cómo
has dicho? —Preguntó Don Vito extrañado.
— No
puedo hacerme cargo de nada porque…
— ¿Qué dices? ¿Por qué, Andrea, por qué?
Un suspiro inundó de
parte a parte al joven y respondió sonriendo:
— Muy
sencillo, padre: porque quiero ser sacerdote.
©Blanca
del Cerro
#cuentosparapensarBlancadelcerro
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