Hay otros mundos, pero están todos en éste.
Paul
Eluard
En su cuento Tlön,
Ukbar, Orbis Tertius, JLB nos habla de los Hörnir, en el cual plantea la
duplicidad de los objetos.
Aprovechando que
Liliana, mi mujer, tenía que ir a dar una conferencia en Londres, donde se
encontraría con amigos, decidí, gracias a que me quedaban millas de avión,
viajar a Bratislava y pasar unos días recorriendo la ciudad.
La mañana era de esas
en que a uno no se le olvidan fácilmente; ya sea por la temperatura y, por
supuesto, la belleza de aquella. Entré en un bar y todo cambió. Nunca creí que
algo así pudiera pasarme, pues soy de esas personas a las que nada fuera de lo
normal les ocurre.
Ya no solo era el
parecido, el tipo de ropa, sino que hasta comía los croissants por las puntas.
Al acercarme, aunque había mesas libres, pregunté:
—¿Puedo sentarme? —Sin
darme cuenta lo hice en español y recibí la respuesta en el mismo idioma.
—Sí.
No nos separamos ni
un instante en los días que estuve en Bratislava. Decir que fue un remedo de lo
que había vivido cuando conocí a Liliana, es quedarme corto.
Extendí mis cortas
vacaciones para así coincidir con el regreso de mi mujer a Madrid. Mi vuelo
llegaba antes que el de ella, por tanto me quedé en el aeropuerto en el sitio
que, con suerte, entregan el equipaje.
El vernos y
abrazarnos fue una sola cosa extendida en el éter por escasos segundos. Comencé
a preguntarle cómo le había ido y en eso, recibí un WhatsApp desde Bratislava:
«Lazlo ha vuelto de Londres. Se lo ha pasado muy bien.»
Nunca le pregunté a
Liliana cómo le había ido allí o si había conocido a alguien.
Paradojas del
mentiroso.
© Saúl Braceras
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