No sé por qué me he puesto el
abrigo y me he venido al parque con el frío que hace.
Pocas veces lo he visto tan
blanco. Será porque son las siete de la mañana y toda la noche se la ha pasado
nevando.
Me gustaría escuchar la voz
de Emma susurrando en mi oído que todo ha sido una broma, que ella sabe
perdonar, que es comprensiva.
Miro hacia atrás y veo mis
huellas en la nieve, bien dibujadas, una detrás de otra, marcando mi solitario
caminar. Ojalá ella estuviera aquí. Las pisadas darían fe que no me ha
abandonado. Tal vez su brazo estaría alrededor de mi cintura y sus uñas
marcarían en mi piel «te amo» como
aquella vez que lo escribió en una pegatina y eligió mi calva para colocarla.
Los patos del estanque creen
que les voy a echar pan y se acercan. Ingenuos si no tengo nada en los
bolsillos.
Me sobresalté al oír un ruido
y pensé que era ella que se le había ocurrido igual que a mí… venir a llorar
nuestra despedida. No, ella no llorará. El culpable he sido yo. Mala suerte la
mía. No supe ser precavido. He perdido lo único bueno que tenía por un rato
agradable con una desconocida.
© Marieta Alonso Más
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