Un individuo robusto, de
espaldas anchas, cejas espesas, barba cerrada, expresión enérgica, más
inclinado a la acción que a la reflexión. Profesa una honda lealtad al Señor,
pero nos resulta más entrañable por sus debilidades humanas.
Es soberbio, poco fiable y
tan impetuoso como las aguas del Mar de Galilea, a orillas del cual nació. Una
y otra vez, el primer discípulo tropieza y su maestro lo sostiene. La barca que
usaba Jesús para predicar en Cafarnaúm pertenecía a Pedro.
Cuando Jesús le manda remar
mar adentro y echar las redes, replica:
−Maestro, toda la noche hemos
estado trabajando y sin pescar nada.
−Obedece, Pedro –le ruega
Jesús. Y las redes se llenan de peces.
En otra ocasión, los
discípulos ven a Jesús caminando sobre las olas en una noche tormentosa, Pedro
le pide una señal y Él le dice: Ven.
Pedro salta de la agitada
barca y da unos pasos sobre el agua, pero se asusta y empieza a hundirse.
−Hombre de poca fe –le
reprende Jesús tendiéndole la mano− ¿por qué dudaste?
Cuando Jesús lava los pies a
sus discípulos, todos se someten a este acto simbólico, todos, menos Pedro.
Jesús le dice que su negativa le privará de la Salvación, entonces él exclama:
−¡Señor, no solo los pies,
también las manos y la cabeza!
Tras la detención de Jesús,
las desventuras de Pedro llegan al colmo cuando en el atrio del palacio del
sumo sacerdote, varias personas le reconocen como discípulo de Jesús.
El niega tres veces a su
Maestro. Canta un gallo.
Se ha cumplido la predicción
de Jesús: En verdad te digo que esta misma noche, antes de que el gallo cante,
me negarás tres veces. Pedro lloró
amargamente.
La pequeña iglesia de San
Pedro Gallicanti en Jerusalén, conmemora este episodio de debilidad humana.
Jesús se va. Pero antes,
nombra a Pedro su vicario: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia… A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos… y lo que desates en
la Tierra quedará desatado en el cielo».
A partir de ese momento se
convierte en «pescador de hombres». En Cesarea, la capital provincial romana,
Pedro acoge al centurión Cornelio en la nueva fe. No es de extrañar que su
labor llamara la atención de Herodes Agripa que lo encarcela.
Hay una escena del Nuevo
Testamento, en un fresco de Rafael, hoy en los Museos Vaticanos que representa
«La liberación de San Pedro». Se relata en tres escenas distintas: en el centro
el ángel despierta al santo y rompe sus cadenas, a la derecha ambos escapan
mientras los soldados están dormidos, y en la izquierda los soldados despiertos
les persiguen.
Después de estos hechos,
Pedro se encuentra con Pablo en Antioquía, ciudad donde los seguidores de Jesús
fueron llamados cristianos por vez primera.
Según una tradición Pedro fue
el primer obispo de Roma y durante la persecución instigada por Nerón en el año
64, murió ejecutado en el circo del emperador, en la colina Vaticana.
Cabe la posibilidad de que
algún día nos encontremos cara a cara con Pedro y entonces: pregunte nuestro
nombre, haga cascabelear sus llaves, busque en el enorme libro para ver si
puede dejarnos entrar, mueva la cabeza dubitativamente y diga:
¡Anda,
entra, que yo también fui hombre!
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