No recuerda que
el dorso de aquella mano fuera tan áspero. Arrastra los labios por él y, bajo
esa textura, intenta apoderarse de un perfume a hortensia latente en su
memoria. Revive el roce tibio de la mano contra uno de sus pómulos, luego
contra el otro; un estremecimiento vago. Cierra los ojos y la extrema solidez
de las puntas de los dedos le deja un acento frío en los párpados.
— ¿Sir Winter? –oye al mayordomo tras la puerta–, acaba de llegar Lady
Rose.
Consulta su reloj al final de una cadena dorada y, sin apresurarse, abandona el
diván.
— Hágale pasar al salón y sírvale un Oporto.
Retira unos libros de la biblioteca y, acto seguido, aparecen unos huecos
horizontales que dejan al descubierto una serie de pequeñas urnas.
En una de ellas, bajo la etiqueta "Lady Hortense", deposita
cuidadosamente la mano. Con exquisito celo mira la siguiente urna vacía y
murmura una promesa que cumplirá antes de que finalice el día.
La Promesa, por Mª Pilar Álvarez Novalvos
La Promesa, por Mª Pilar Álvarez Novalvos
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