sábado, 23 de mayo de 2015

Brújulas y Espirales: Rebecca Miller "El maravilloso regreso de Jacob Cerf"

Blog Literario de Francisco Martínez Bouzas

viernes, 19 de diciembre de 2014


"EL MARAVILLOSO REGRESO DE JACOB CERF" O LA AGUDA FANTASÍA DE REBECCA MILLER



El maravilloso regreso de Jacob Cerf

Rebecca Miller

Traducción de Clara Ministral

Ediciones Siruela, Madrid, 2014, 375 páginas


   En pocas ocasiones como en esta, antes de analizar el mundo ficticio en el que se sitúan y actúan los personajes y se desarrollan los acontecimientos que constituyen la historia narrada, resulta pertinente una cala informativa en la biografía y personalidad de su autora. Rebecca Miller es hija del gran dramaturgo americano Arthur Miller. Sí, el autor de Muerte de un viajante o Las brujas de Salem, más reconocible quizás para el gran público por haber estado casado con Marilyn Monroe. Su madre, con la que Arthur Miller se había casado tras el naufragio del matrimonio con Marilyn, fue Inge Morath, gran fotógrafa de origen austriaco, discípula de Cartier Bresson,  que trabajó para la agencia Magnum Photos. Por su parte, Rebecca Miller también está ligada al mundo del espectáculo. Daniel Day-Lewis es su marido. Y ella fue capaz de superar la bohemia que hubo en su vida y un desafortunado y poco ejemplar episodio en la vida familiar y, además de afamada escritora, es actriz, guionista y directora de cine. Adaptó a la gran pantalla su libro de relatos Velocidad personal, así como su primera novela, Las vidas privadas de Pippa Lee. Son las conexiones biográficas de Rebecca Miller que, como ella misma dice, se prestan al chismorreo, pero que supo y fue capaz de superar, hallando una voz propia como escritora y desarrollándose en el mundo cinematográfico.

   El libro que ahora nos ofrece Siruela, en traducción del inglés de Clara Ministral, titulado originalmente Jacob’s Folly, pertenece al subgénero de la recreación fantástica. Literatura de entretenimiento basada en una fecunda imaginación creativa. Creo que, junto con el título,  uno de los epígrafes del paratexto, en este caso una cita de Tenessee Williams (“Los seres salvajes dejan la piel tras de sí, dejan pieles limpias y dientes y huesos blancos tras de sí, que son símbolos que se pasan uno a otro, para que la especie fugitiva siempre pueda seguir a su casta…”) avanza la acción de la novela: la serie de sucesos que Rebecca Miller desarrolla a lo largo de su relato, un amplio abanico de historias en torno a Jacob Cerf, un joven judío que en el París del siglo XVIII se gana la vida vendiendo quincalla y utensilios domésticos. Pero en pleno siglo XXI se da cuenta de que ha regresado a la tierra, a un barrio residencial de Long Island mas metamorfoseado en una mosca. Y a partir de ahí empieza a influir en el devenir de numerosas familias y personas, especialmente en Masha, una joven judía ortodoxa de la que llegará a enamorarse. Al tomar conciencia de quien es, tras su extraña reencarnación, regresa a su memoria su personalidad en la anterior vida humana. La narración se traslada entonces al siglo XVIII y Jacob nos cuenta las peripecias de su anterior existencia. El desenlace se resuelve con un encuentro de las dos vidas de este singular personaje.

   La historia está poblada por cientos de historias que la autora transmite mediante un narrador-personaje que lo hace en primera persona, y que alterna el relato de la vida del protagonista como Jacob Cerf con las andanzas y aventuras de su nueva identidad como insecto volador en el actual Nueva York, en el que se ve sumergido en un tipo de vida que le resulta extraño e incomprensible, sobre todo cuando se enfrenta con los más actuales avances tecnológicos.

   Si de algo peca la novela, es precisamente del abuso de historias y subtramas. Rebecca Miller, sin embargo, realiza una buena caracterización de los personajes principales, Jacob y Masha Edelman especialmente. No ocurre lo mismo con la turbamulta  de personajes secundarios, carentes muchos de ellos de vida narrativa propia. En cambio, la autora describe con bastante verosimilitud el marco escénico: los ambientes físicos y temporales en los que se desarrolla la acción, tanto el parisino del siglo XVIII como el actual barrio residencial de Long Island, y  especialmente la atmósfera de la comunidad judía ortodoxa están correctamente perfilados. Los elementos de la acción novelesca son en general coherentes. Así mismo, la velocidad y cadencia con la que se suceden los hechos, se ajusta a este tipo de narrativa rebosante de fantasía y adornada con la viveza de ráfagas de humor e ironía. Un estilo de prosa sencillo y sin estridencias le sirve de soporte formal a esta singular aventura y a su entramado de historias que cumplen su cometido: entretenernos provocando en el lector plácidas sonrisas, pero nada más.


Francisco Martínez Bouzas




Rebecca Miller acompañada de su marido, Daniel Day-Lewis y su padre, Arthur Miller

Fragmentos

 

“La primera vez que vi a Solange tenía dieciséis años y llevaba mi caja de quincalla -cuchillos, saleros, cajitas de rape, martillos: cualquier cosa que pudiera vender- a cuestas por el barrio de Saint-Honoré, anunciando mi mercancía a pleno pulmón. La caja iba enganchada a una correa de cuero que llevaba colgada del cuello y que se me clavaba dolorosamente en la piel.

Una fornida criada con pinta de arpía, con un delantal salpicado de sangre, las manos rosadas y unas finas venas rojas que le recorrían la nariz como hilos, empezó a manosearme los cuchillos, comprobando las hojas y volviendo a tirarlos al cajón como si quisiera cortarme en rebanadas con ellos. Yo me quedé inmóvil, observando con calma cómo lo revolvía todo. Cuando por fin escogió un cuchillo y me preguntó el precio bruscamente, hice una ligera reverencia.

-Normalmente cobraría treinta sueldos, pero a vuestra merced, chère madame, se lo dejo por veinticinco.

A la señora pareció contrariarle que le ofreciera una ganga y dio un resoplido. Se le torció la boca con una sonrisa involuntaria mientras me ponía las monedas en la mano, con cuidado de no tocarme. Imagínense, ¡un judío ofreciéndole una ganga a alguien.”


…..



“Arrancado de una muerte que después de todo no estaba tan mal, ya que no tenía conciencia de ningún tipo, para convertirme en una mosca enferma de amor, me sentí engañado e insultado. Tras una vida de zafiedad y alegre despreocupación en los asuntos del cuerpo, ahora por fin me había enamorado, aunque fuera de una judía…, estaba muerto. Peor que muerto, ¡era un insecto! Odié a Dios, el muy bromista, y juré dedicar mi vida de mosca a causarle la ruina. «Ay, ¿dónde están los ángeles de las tinieblas?», pensé con altivez,  «¡pues quizá me una a ellos para destronar al viejo déspota!»


…..


“Mi noche de bodas fue un desastre. Aunque tenía catorce años, Hodel seguía con la mentalidad de una niña; su sumisión a mis torpes dedos parecía forzada de un modo obsceno por las manos ocultas de nuestros padres y de la tradición. Cuando intenté acariciarla, gimoteó y se apartó de mí. Su pelo, recién cortado, rapado después de la boda como dictaba nuestra tradición, la hacía parecer aún más joven y me llenó de enorme confusión. Perseveré, mascullando que enseguida habríamos acabado para animarla. No podía pensar en otra cosa que en el examen de nuestras sábanas que llevaría  a cabo madame Mendel a la mañana siguiente. Si no había sangre, el matrimonio no se consideraría verdadero y yo no sería un hombre. Al final tuve que pincharme mi propio dedo y pasarlo por la sábana por la mañana, después de haber desistido de mis ruegos al amanecer. Tras aquella primera noche, la novia tuvo una semana de descanso; la sangre de mi dedo fue aceptada como si fuera de Hodel, de modo que durante ese tiempo ella fue «impura» y tuvimos que dormir en camas separadas. Pero al octavo día retomé mis esfuerzos. En honor a la verdad, he de decir que Hodel quería convertirse en una mujer y cumplir su obligación, pero estaba muerta de miedo. Me costó un mes entero desvirgarla; era como si su rollizo cuerpecito no tuviera una vía de acceso natural.”


…..


“Masha fue caminando por la Sexta Avenida hasta la calle 23. Empezó a nevar. Los copos de nieve caían por el aire, gordos y aletargados, intercalados con refulgentes gotas de lluvia afiladas como agujas. Masha se paró en medio de la calle a observar atentamente  aquella extraña precipitación. Los copos de nieve que se posaron en sus pestañas, desdibujaron y agrandaron las luces intermitentes verdes, naranjas y amarillas de los letreros de las tiendas y los semáforos, que adquirieron el aspecto de resplandecientes piedras preciosas. La masa de gente pasaba a su lado con prisa, frunciendo el ceño, algunos mirándola con curiosidad: una joven con la cabeza descubierta y el abrigo desabrochado, de pie en medio de la calle con la cara empapada y el rimel corrido.”


(Rebecca Miller, El maravilloso regreso de Jacob Cerf, páginas 30, 61, 64, 199)







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