Una cubana
se hizo española gracias a su abuelo que era de Valladolid. Quiso estar a la
altura de sus ancestros y se apuntó a unas clases de dicción. El primer día de
clase le pusieron a leer este ejercicio:
“Cuando a la
casona conocida como “La Zarzamora” se le cayó parte de la cornisa, un trozo de
ella colisionó con un camión lleno de cerdos que circulaba por la carretera”.
La profesora
dijo: “ccci” “zzza” “zzzo” “ccce” “ccci”.
Ella
asintió.
“En ese
momento, por el pueblo, no sir, perdón cccirculaba coche alguno. Los de la casa
corrieron para colaborar y crearon un eficaz zafarrancho dado que ninguno se
quedó a la zaga”.
Interrupción:
-Has vuelto
a sesear.
-Disculpe,
no se ponga brava.
-Aquí se
dice no se enfade.
-Ok, perdón,
vale.
“Las cajas
desperdigadas eran cuadradas con unos cccírculos abiertos que permitían las
corrientes de aire. Cccinco se rompieron. Por eso algunos cccerdos cruzzzaron
la carretera en busca de tierra y agua, para hozzzar y gruñir a gusto”.
-Mucho
mejor, repítelo diez veces más.
La cubana
después de varias lecturas ya no daba pie con bola. Cuando tenía que sesear,
ceceaba y al contrario. Repitió el texto todas las veces que quiso la profesora
pero lo tuvo que dejar, al darse cuenta de que un hilillo de sangre le corría
por la comisura de los labios. Desde allí la llevaron a urgencias para
implantarle dos trocitos de lengua, pero no se lo hicieron bien. Ahora cecea.
© Marieta Alonso Más
No hay comentarios:
Publicar un comentario