Vietnam |
No,
no es mi intención utilizar la lengua de Shakespeare para contaros esta
historia. Pero la tentación de usarla es demasiado grande como motivo de
inspiración para reflejar las impresiones, ideas y vivencias que una reciente
excursión al sureste asiático ha suscitado en el mecanismo que hace detonar mi
necesidad de evidenciar cuanto de goce o de padecimiento marca mi peregrinaje
por la vida.
En
nuestra sociedad, informada hasta la saciedad por los modernos y altamente
tecnificados medios de comunicación rápida y masiva, no es difícil conocer el
resultado de unas elecciones en el confín opuesto del planeta por el que
discurre nuestra existencia. De igual modo, el terrible resultado de un
violento terremoto puede ponernos de relieve la existencia de un punto
geográfico del cual con anterioridad carecíamos de referencia. Por ello es
frecuente que fieles seguidores de la actualidad internacional puedan hablar
con amplitud, y hasta con autoridad y eficacia, de acontecimientos que no han
presenciado. Sin embargo, es también un hecho cierto que difícilmente puedan
transmitirnos sensaciones y/o emociones no experimentadas en relación a dichos
acontecimientos. Y es precisamente de este aspecto de aquello de lo que ahora
nos proponemos dejar unas consideraciones por escrito.
Vietnam
y Camboya han vivido, como otras regiones del planeta encarnizadas luchas de
carácter cultural y bélico. Ambos países, de identidad política reciente,
muestran grandes vestigios de sucesivas invasiones que les han aportado sus
peculiaridades y visibles diferencias. La rica pléyade de identidades étnicas
que les habitan configura hoy la base misma de esas complejas diferencias. El
impacto que la cultura occidental ha ocasionado en estos países que hasta hace
muy poco identificábamos con el sugerente nombre de Indochina, no ha dejado en ellos
sino el delicado esmalte que ahora exhiben, tras las restauraciones de post-guerra, ciudades como la emblemática Saigón. La anterior presencia de
portugueses e italianos es ahora solo una sombra del período pre-colonial. Pero
no es la etapa colonial de los Siglos XIX y XX la que ha impreso en dichas
sociedades sus principales señas de identidad.
Es
durante los siglos del Medioevo europeo cuando se produjeron las grandes
migraciones e invasiones procedentes de la China milenaria y del ya entonces
legendario sub continente indio. Invasiones que adobaron con su espiritualidad
el cambiante panorama cultural de ambas regiones. El budismo y el confucianismo
moldearon en mayor medida el pensamiento y las tendencias conductuales que aún
hoy pueden apreciarse con toda claridad en sus modos de desarrollar la relación
social.
Párrafo
aparte merece el análisis de las relaciones socio-culturales influidas por las
variantes de la religión hindú, cuya espléndida y enigmática presencia nos
deslumbra en templos tales como el conocido por Angkor Wat, colosal
arquitectura de dimensiones sorprendentes que se abre en medio de la indómita
selva tropical para exhibir con natural orgullo la sensualidad elegante que sus
talladas piedras nos transmiten.
Vietnam, no obstante, tiene sus campos saturados de pagodas y de templos donde la
presencia de Buda nos aleja de todo regocijo. Sidharta Gautama parece
orientarnos hacia el silencio y la meditación. Sus moradas nos alejan del
místico placer de la sensualidad al que parecen invitarnos las imágenes de
Visnú y Shiva. Místicos ejercicios que compendia el Kamasutra.
Pero
una vez esbozado el escenario, demos paso a los actores quienes, de modo
silencioso y colectivo, nos permiten adentrarnos a través de formas más o menos
cercanas a la realidad del siglo XXI en el atrayente universo de la cultura
oriental. Puedo decir, al igual que Marco Polo, que fui allí por especias y
descubrí la seda. El suave tacto de este inigualable tejido natural ha de
conducirnos entonces por las secretas sendas de la opulencia espiritual que dichas
exóticas culturas atesoran. Sí, las sencillas y modestas manifestaciones de las
diferentes formas de orientar las relaciones humanas tienen mucho del suave
crujir de tafetanes y tisúes. Y en medio de los casi constantes calores asfixiantes dan el tono de
sosiego del que hacen gala los habitantes de estas regiones, para nosotros
lejanas y apartadas.
Pero,
¿es el suyo un apartamiento solo geográfico o lo es también de marcado
alejamiento cultural? Salta a la vista que la adaptación al medio natural crea
visibles peculiaridades en la imagen individual y colectiva de cada grupo
humano. Pero la inmersión en cada grupo por parte de foráneos, por muy
superficial que sea, siempre permite descubrir esas distintas notas que dan el
tono característico a la espiritualidad (psicología llamarían algunos) que se
desarrolla colectivamente gracias al entorno físico y racial. Vistos con una
rapidez que impide toda profundización, es advertible en ambos colectivos
nacionales el predominio de una paciente actitud frente a la vida que con
frecuencia vemos perseguir infructuosamente en el mundo occidental. Aunque este
rasgo de carácter no parece hacerles renunciar a luchar con tesón y dinamismo
por sus propios intereses cuando estos se ven amenazados. Como muestra de esta
observación, en la mente de todos está la terrible experiencia bélica que
arrojó de estos países a los ejércitos francés y norteamericano a mediados del
pasado siglo. Es por tanto, a mi entender, una doble vertiente que separa a
ambas religiones y culturas entre sí y en relación a nuestra cultura bañada por
aguas diferentes. Allí, como en casi todos los rincones del planeta, de modo
consciente o inconsciente, dirigido o combatido, el reflejo de las creencias
religiosas (descubiertas o creadas) da vigencia al marco de las actitudes
colectivas, aún muchos siglos después de su aparición y desarrollo,
configurando sus modos de pensar y
reaccionar.
El
universo vietnamita actual continúa revestido de la ética budista. Camboya, en
cambio, ve prevalecer la ya ultra lejana concepción védica del universo que
alimenta su constante apelación al sanskrito.
Camboya |
Pero
la cotidiana realidad de estos países, emergentes de las guerras y de la
secular pobreza, hiere nuestras conciencias sin descanso cuando a cada momento
y por doquier: en las calles de Hanoi o de Da Nang, a la entrada de un templo
en medio de la selva, a bordo de una barca en mitad de un lago de rojizas aguas
o en el mismísimo delta del Mekong, cientos de ángeles de ojos rasgados y de
piel morena te ofrecen naderías al son de dos palabras “one dollar, one dollar”; y ves que su horizonte infantil no es a
corto plazo sino el muy estrecho círculo de la miseria que sus padres son
incapaces de combatir por el fortísimo impacto de la natalidad que tiene lugar
entre la generación post bélica. Viet Nam, por ejemplo (95 millones de
habitantes) ostenta una media genérica que no supera los cuarenta y cinco años.
Te
angustia entonces la realidad presente de estas generaciones que pacientemente,
cual el budismo les enseña, se enfrentan a un futuro no exento aún de políticas
preocupaciones en el que antiguos
aliados pueden reconvertirse en potenciales enemigos desde la fuerza que da el
implacable peso de los números. Se nos ocurre pensar entonces que puede que aún
nos hallemos en el siglo XI.
© Ramón L. Fernández
y Suárez
No hay comentarios:
Publicar un comentario