Un 6 de abril, miércoles, vinieron mis papás a China. A buscarme. A un lugar
muy cerca de Nanchang, que es la capital de la provincia de Jiangxi. Cuando
llegaron al hotel, subieron a la habitación, tiraron las maletas al suelo, para
salir andando a paso rápido, tomar el ascensor y llegar corriendo a una sala de
reuniones, donde yo les esperaba. Una
señora china me tenía sobre sus piernas. Yo había nacido en domingo, un veintitrés
de mayo de dos mil diez. Mi mamá me tomó en brazos y mi papá nos abrazó a las
dos y me dieron muchos, muchos besos. Un señor chino, que no sé cómo se llama, nos
hizo una foto a los tres. Mi mamá dice que podría ser el director del Orfanato.
Mis
papás se reían y lloraban, no sé por qué, dicen que era de alegría. Me
anduvieron buscando por toda China desde muchos años antes de que yo naciera. Subimos
a la habitación del hotel y como estaba muy acalorada, tanto, tanto que parecía
que tenía fiebre, mi mamá me quitó toda la ropa que llevaba y me dejó en
pijamita. Se me quitó el calor. Al
poco rato tuvimos que bajar de nuevo a la sala de reuniones a firmar todos los
papeles oficiales que estaban en inglés y chino, no pude ayudarles porque con diez
meses, aún no sé leer ni escribir. Por fin terminamos con todos los trámites,
así les llamaron. Nos subimos a dormir y pasé mi primera noche con mis papás.
Cuando desperté me tomaron en brazos, me volvieron a dar muchos besos, me
vistieron y nos fuimos al Registro, nos hicieron una foto de los tres para
el libro de familia chino. Veinte papás españoles tenían en brazos a sus hijitas
chinas, a la espera de que les llamaran de uno en uno. Nos atendían tres
funcionarios y unos hombres armados, vigilándonos. Mi escolta no dejaba de
mirarme y le saqué la lengua. Después
de toda la mañana entre esperas, cuartillas y fotos, nos fuimos al notario. Más
papeles. Ya nos dejaron en paz y nos fuimos de compras: un carrito azul de
ositos, una funda para el agua, biberones, leche china, leche española, arroz. A
mis papás se les da muy bien la intendencia.
Durante
ocho días las autoridades nos dieron libertad para hacer turismo entre Nanchang
y las montañas de Lu Shan, donde nació la revolución china, eso dijo la guía turística,
pero mi papá que es el más listo del mundo, ya nos lo había contado. El Parque
Nacional de Lu Shan está declarado Patrimonio de la Humanidad, eso dijo mi
mamá. Allí vimos un lago, y un jardín botánico y un templo taoísta ‒el del
ermitaño‒, había monos en el camino, y un jardín del paraíso perfumado.
En China a este monte
se le conoce como la tierra de las letras, el monte de los poemas. Recorrí estos
parajes yendo en la mochila de mi papá y su corazón sonaba así: tac tac
tac, cuando me adormecía. Comimos en un rascacielos. A mis papás les gusta mucho comer. Después compramos unos
dados chinos.
Por fin nos dieron los papeles para que fuésemos nada menos que a
Shangai y nos despedimos de Nanchang. Shangai
es la ciudad más poblada de China, allí llegamos el 14 de abril, no la conocía,
pero todos los chinos sabemos que su nombre significa «en el mar» por estar en
el delta del río Yangtsé, y sé que su importancia comenzó durante la dinastía
Han. Cuando aprenda a hablar les diré a mis papás que yo formo parte de la etnia
Han, de la dinastía no. ¡Pobre linaje! No tuvo la suerte de que yo formara
parte de él.
En
esta grandiosa ciudad nos encontramos con un amigo de mis papás, que estaba de
trabajo aquí y fue el primer amigo en conocerme, nos trajo tetinas de España.
Visitamos una tienda llamada GAP para comprarme ropa, mi papá que todo lo mira se
asombró que la etiqueta dijera «Hecha en Turquía» estando en China. En un
restaurante nos ofrecieron peces, ranas, tortugas, pájaros, parece que a mis
papás no les gustó el menú.
Para
poner a prueba el cariño que me tienen el primer día que los conocí no probé
alimento y cuando se les ocurrió darme el primer baño, lloré mucho. Al segundo
día tampoco tomé el biberón. Al tercer día seguí sin comer y eso que me daban
leche, galletas y potitos chinos. Al cuarto día me apiadé de ellos y tomé un
culín de leche. Logré desesperarles y comenzaron a anotar lo que comía cada
día. Ese día hice mi primera caquita estando en la montaña. Mis papás dijeron que
parecía plastilina verde y se taparon la nariz. Aplaudieron de alegría la
primera vez que tomé 390cc de leche fría china, que fue en la décima jornada. Al
día siguiente 750cc, les dejé anonadados y al otro fueron 560cc con algo de
cereales y mi mamá comentó: «Ya estamos en el buen camino». Pero fue a partir
de nuestra llegada a Shanghai cuando fui comiendo cada vez mejor. Ellos no
saben que yo les estaba castigando por no haberme venido a buscar antes. Todas
las noches hablamos por skype con mis abuelitos, mis titos y mi hermanito que
unas veces habla y otras no. Creo que está algo enfadado. ¡Cómo no pudo venir a
buscarme!
En
Shanghai tuvimos que ir al Consulado español, eso fue el día 15 de abril. Me
dormí en el pecho de mi padre ―mi cuna mochila― me gusta mucho este colchón, y al
estar dormida no me enteré de lo que hicieron. Me desperté cuando estábamos
visitando el templo del Buda de Jade, me volví a dormir y abrí los ojos en una
fábrica de perlas. Cuando me volví a despertar estábamos en una galería
comercial y compramos para mi hermanito un tiranosaurio rex y un triceratops.
Al
día siguiente fuimos a ver el malecón y subimos a la torre Yimau, hasta la planta
88, espero que mis papas supieran dónde se metían, pues estábamos a
cuatrocientos veinte metros de altura, nunca había estado tan alto. Vimos unas
botellas pintadas por dentro y mi mamá se compró una funda para el portátil y mi
papá unas zapatillas de verano.
El
17 de abril tocó ir de excursión a una fábrica de gusanos de seda y a ver los
pandas del zoo de Shanghai, pero me puse malita, mi mamá solo sabía tocarme la
frente y apretarme contra ella y a las 15:50 hora de Shanghai, tomé por vez
primera apiretal, la saboreé y es que para ese día ya tomaba 520cc de leche con
24 cucharadas de leche en polvo y una de cereales, una galleta y 40cc de zumo
de pera. Me quedé con mi mamá durmiendo en el hotel, sudando la fiebre oí decir
a alguien, y mi papá se fue a navegar por la bahía de Shanghai.
Milagro
de la medicina. Me puse bien enseguida y a la mañana siguiente nos pudimos ir los
tres al barrio antiguo, a la Ciudad Vieja de Shanghai. En sus callejuelas se
puede ver cómo vivían hace cien años. Es como si el caos, la historia, la
decadencia, la pintoresca miseria y la pesadilla se unieron en unas cuantas
calles, creo que eso lo dijo, nuestra guía, que ha estado todo el tiempo con
nosotros.
Mis
papás están obsesionados con la comida apuntan todo lo que como, que si un
potito de pollo y verdura, medio bote de zumo de mandarina y 780cc de leche con
cereales, no sé por qué se preocupan, si nunca he comido tanto como ahora.
El
19 de abril nos llevaron a un pueblo turístico donde había mucha agua, vivían
en medio del río y por la noche estuvimos en un espectáculo de acrobacias. Me
porté muy bien.
El
día veinte tocó ir al Museo de Shangai, mi papá es un forofo de estos lugares,
se detiene y mira todo con gran atención. Yo cuando sea mayor voy a hacer lo
mismo. Luego paseamos y de paso buscamos unas botellitas decoradas de cristal.
Estoy muy atenta a todo lo que sucede a mi alrededor. Esa noche mis papás
estuvieron muy atareados haciendo maletas.
Nos
despedimos de Shanghai el 21 de abril, tomamos un avión vía Amsterdam y
llegamos a Madrid. Durante el trayecto me tomé dos biberones. Tantas horas de vuelo es cansadísimo, por eso
dormía a ratos para no estar aburrida. En el aeropuerto nos estaban esperando toda
la familia, salvo una de mis abuelas que se quedó con mi hermanito en casa. Pasé
de brazo en brazo mirándolos fijamente. Era la primera vez que los veía.
Llegamos
por fin a nuestra casa de Madrid. Era la una de la madrugada, seguro que mis
papás no se dieron cuenta de que esas no son horas para que una niña ande por
las calles. Al entrar abrí un ojo, luego el otro, y cerré los dos. Era hora de
dormir. A la mañana siguiente, nada más levantarse, mi hermanito vino corriendo
a conocerme, nos miramos, le gusté, y me quiso dar un beso y un abrazo, pero nada
más acercarse, yo en reciprocidad le mordí la mejilla. ¡Pobre hermanito mío! No
quiso el cielo que naciera en China, pero a él no le importa porque los papás
le trajeron de regalo dos dinosaurios que enseguida supo cómo se llamaban.
En
Shanghai mis papás me inscribieron con el nombre de Lu Mei, que no sé qué
significa. Soy una niña muy seria y tranquila, y cuando aprendí a sonreír, me
gustó mucho, y desde entonces no paro de reír.
No
todo el mundo sabe que en China nos deseamos unos a otros, cinco felicidades:
«Poder,
Longevidad, Salud, Virtud y una Muerte dulce».
Hay
otra, pero esa, la sexta felicidad, tiene que encontrarla uno mismo. Cada
persona la escoge en su corazón, recordando siempre que los sueños jamás deben
abandonarse, que son un gran estímulo, que aportan un mayor significado a
nuestra vida, que ayudan a esforzarnos y a dar los pasos adecuados en la búsqueda
de nuestras aspiraciones. Mis papás no lo saben, pero yo intentaré tener a mano
la sexta felicidad, para que la armonía del Universo siempre me acompañe.
Aún
no le he dicho a mi hermanito que en China hay cinco elementos muy importantes:
El
fuego, que nos da luz y calor, simboliza el verano, las formas triangulares, el
sur, y se representa con un Cuervo Rojo.
El
agua, que es lo oscuro, lo frío, representa el invierno, las formas ondulantes, el
movimiento descendente, el norte. Su imagen es una Tortuga Negra.
El
metal, es el otoño, la forma circular, el movimiento hacia el interior, el
oeste. Su figura es un Tigre Blanco.
La
madera, es la primavera, la forma alargada, el movimiento hacia el exterior, el
este. Se ilustra como un Dragón Verde.
La
tierra, es la forma cuadrada, el movimiento giratorio, el centro. Su símbolo es
una Serpiente Amarilla.
Del
Yin, del Yang y del Tao, le hablaré cuando sea mayor. No creo que mis papás, ni
mi hermanito, se hayan percatado de que provengo de una cultura milenaria, con
una gran capacidad de invención. Ya les explicaré el invento del papel, el de
la brújula magnética y de tantos otros que han supuesto cambios grandes e
importantes para este mundo en que he nacido.
Oyéndoles hablar me
enteré que a toda mi familia, les encanta el cine. No hay película que no hayan
visto. Una de ellas: «El albergue de la sexta felicidad» mi madre la vio hace
muchos, muchos años y hasta cree que leyó el libro. Trata de China. Me quedé un rato pensando, pensando, y al igual que Ingrid Bergman, la protagonista de esa película, decido hacer esta declaración de amor:
Yo,
Lu Mei, madrileña de ojos rasgados, comunico a toda
mi familia que...
«Mientras tenga vida, os querré siempre».
© Marieta Alonso Más
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