Un latido.
El pánico en las gradas tardó en
cundir lo que duró apenas un latido del corazón del Bulma. Cuando el suelo dejó
de temblar y se hizo un silencio tan ominoso como espeso, la científica, aún
abrazada a su hijo pequeño, notó que el corazón le daba un vuelco, como un mal
presagio.
«Trunks», pensó de inmediato,
temerosa. «Al otro Trunks le ha pasado algo. Estoy segura».
Así pues, en cuanto la gente
empezó a correr y a bajar de las gradas, con la mitad de la policía intentando
hacerse cargo de la situación y la otra mitad dirigiéndose hacia los sótanos de
las instalaciones del estadio, Bulma no lo dudó dos veces. Dejó a Trunks bebé
al cargo de Chichi y, sin dar más explicaciones, salió corriendo tras los
oficiales, abriéndose paso a empellones para no perderlos de vista. Solo cuando
ya estaban llegando a la altura de sus vehículos propulsados, los policías se
dieron cuenta de que alguien venía detrás de ellos. Una joven de pelo azul
recogido con una cinta amarilla seguida de un variopinto grupo de personas que
parecían increparla para que se detuviera. Pero ella solo frenó cuando casi un
oficial tuvo que retenerla por los hombros para que lo hiciera.
—¡Señorita! Vuelva con el resto
de la gente —le ordenó sin más ceremonia—. Debe acudir a un lugar seguro.
Pero aquel hombre no había oído
hablar de la terquedad de la única hija del millonario Dr. Briefs. Sin
amilanarse, la muchacha se zafó con un gesto de las manos del policía, lo
encaró, y declaró con convicción:
—Escúchame, cretino. Soy Bulma
Briefs, la heredera de Capsule Corp. Y… —dudó una milésima de segundo—. Mi
marido está ahí abajo —mintió a toda velocidad, pensando en referirse a Trunks
para que la mentira fuese creíble; pero, al tiempo, ignorando la punzada que le
atravesó al corazón cuando pensó en otro que, esta vez sí, podría ser un
candidato para serlo y, para bien o para mal, se encontraba a muchos kilómetros
de allí—. ¿Acaso va a ser usted quien tenga a toda la familia en vilo sabiendo
si está vivo o no?
Por un segundo, el oficial
pareció quedarse como petrificado, dirigiendo una extraña mirada a la mujer que
tenía delante. Hasta donde sabía, no había noticias de que la heredera de
Capsule Corp. Se hubiese casado aún. Pero claro, podía ser que fuese…
Su hilo de pensamiento se cortó
de golpe en cuanto comprobó que la joven lo seguía observando con ira e
impaciencia mal disimuladas. El policía tragó saliva. No quería problemas con
la otra familia más poderosa del planeta —después de la que organizaba aquel
maldito evento malogrado— así que, tras dudar lo que la joven, en su fuero
interno, sintió como una eternidad, aceptó llevarla en su vehículo a cambio de
que se mantuviese apartada de lo que quisiese que encontrasen allá abajo. Bulma
no protestó. Sin embargo, cuando Chichi llegó berreando a su espalda que qué
narices estaba haciendo, se limitó a volverse, dirigirle una sonrisa confiada y
rogarle, a gritos, que cuidase de un Trunks que ya comenzaba a llorar llamando
a su madre. Bulma estuvo tentada de saltar del vehículo y volver con él, pero
algo la impulsaba a seguir sus instintos y bajar a los sótanos. Tenía que
comprobar que su mala palpitación se equivocaba.
El viaje por los túneles fue un
recorrido plagado de curvas, vueltas y cambios entre luz y oscuridad que solo
consiguió poner más nerviosa a Bulma. Cuanto más se acercaba, más notaba
estrujarse a su corazón, lleno de temor y de esperanza al mismo tiempo. Sin
embargo, cuando por fin salieron de nuevo a “cielo abierto” —si es que se podía
denominar así a aquella bóveda plomiza que imitaba un montón de nubes— Bulma
contuvo un grito a duras penas.
Era una ciudad. Antigua, de las
que ya apenas existían en la superficie, pero se podía ver claramente su
estructura, su planificación. Los edificios organizados, las calles… La mujer
contuvo la respiración tapándose la boca. Las figuras.
Estaban desperdigadas, como
muñecos esparcidos por algún niño gigante entre las ruinas. El ambiente, por
otro lado, estaba extrañamente tranquilo. Demasiado. Pero eso no fue lo que
casi hizo gritar a la mujer cuando estaban a punto de aterrizar… Sino el primer
traje que atisbó por la ventana. Reconocería aquel tejido azul en cualquier
parte.
—¡Señorita! —la increpó el
policía cuando ella apenas esperó a que se abriera la compuerta del vehículo
para saltar al exterior.
A su espalda se escuchaban
sirenas, por lo que Bulma supuso que también estaban allí los servicios de
emergencia. Sin apenas pensar, corrió en dirección a la figura morena vestida
de azul y blanco, antes de frenar y girarse para contemplar a otra, de cabello
violáceo, que hacía vanos esfuerzos por incorporarse. Bulma dudó, angustiada,
mientras los miraba alternativamente. En su corazón batallaban el amor por esa
otra versión de su hijo, amable, cariñosa y educada; y por la única persona a
la que, después del infierno depresivo que había pasado tras la derrota de
Célula, no esperaba ver allí tendida.
Sin embargo, en ese instante
Trunks abrió un ojo, despacio. Un iris azul igual al suyo que, con cierta
sorpresa, la enfocó antes de girarse hacia su padre. Bulma lo observó con un
nudo en la garganta y siguió la dirección de su mirada, batallando con las
lágrimas para que no escaparan de sus ojos. Pero cuando miró de nuevo hacia
Trunks, la mujer se sorprendió al ver su gesto: apenas media sonrisa y la
barbilla apuntando con brevedad hacia su padre. El cual, por alguna providencia
divina, empezaba justo a recobrar el conocimiento en ese instante.
Sabiendo lo que significaba el
gesto de su hijo, Bulma asintió, agradeciéndole aquel humilde gesto con una
brevísima sonrisa, antes de dar dos pasos e inclinarse junto a Vegeta. Quería
decirle algo, llamarlo para que abriera los ojos y la mirara. Pero, por algún
motivo, las palabras y todas las preguntas murieron agolpadas en su garganta.
Bulma sentía que, si abría la boca, el llanto se adueñaría de ella y sería
incapaz de detenerlo.
En ese instante, para bien o para
mal, Vegeta abrió los ojos y su gesto, como era de esperar, se desencajó al
verla allí arrodillada junto a él. Casi sin fuerzas, sus labios parecieron
susurrar su nombre mientras seguía intentando incorporarse sobre un codo. Bulma
tendió una mano dudosa hacia él para ayudarlo a levantarse; pero, por algún
motivo, Vegeta rechazó su ayuda sin delicadeza alguna antes de intentar ponerse
en pie por sus propios medios. Bulma resopló. A veces podía ser tan cabezota…
Por ello, cuando las fuerzas
volvieron a fallar al guerrero Saiyan, mientras los servicios de emergencia se
acercaban y Vegeta les dirigía una extraña mirada, la mujer no se lo pensó dos
veces y se acercó hasta cogerlo por los hombros. Él pareció tensarse y quiso
apartarse con un gruñido, pero Bulma no estaba dispuesta a aguantar tonterías.
No cuando estaba medio muerto. De ahí que, cuando él trató de alejarse unos
centímetros, aunque sin poder despegar ni el trasero del suelo, Bulma lo tomara
por la barbilla y lo obligara a mirarla.
—Vegeta. Basta.
Él le dirigió una mirada preñada
de una mezcla de odio, derrota, vergüenza y quizá un punto de desprecio. Algo a
lo que, para bien o para mal, Bulma estaba ya inmunizada hace tiempo.
—Por favor —agregó, al borde del
llanto.
Entonces, el Saiyan pareció
relajar un poco el gesto, se limitó a apartar la vista y se dejó ayudar y
conducir hasta una de las ambulancias, solo sujeto por Bulma y por un enfermero
que había acudido enseguida hacia su posición. La mujer subió junto a ellos sin
dudarlo, asegurándose por el rabillo del ojo que también alguien recogía a un
Trunks que parecía más recuperado y, al cabo de unos segundos, todos los
vehículos abandonaron aquella macabra escena.
***
—¡Gohan! ¡GOHAN! —sollozaba
Chichi, arrodillaba frente a la cama del hospital y haciendo que su hijo
deseara por enésima vez que la tierra se lo tragase—. ¡Hijo mío! ¡Qué
preocupada he estado por ti! ¡Si te hubiera pasado algo...!
—Tranquila, mamá —replicó
entonces Gohan con alegría, como si en realidad no le doliese todo el cuerpo
como el mismísimo infierno—. Si estoy muy bien, no tienes que preocuparte…
En la habitación no cabía un alma
más. Yamcha, los Briefs, Chichi… Todos habían acudido a ver a los héroes que
habían salvado a la Tierra de los Guerreros de Plata. Lo que permitía, en mayor
o menor medida, que el chico de pelo violeta del futuro y su madre del presente
tuvieran unos segundos de conversación íntima sin que nadie se fijara mucho en ellos.
—¿Cómo estás? —preguntó Trunks a
su madre en voz muy baja.
Ella suspiró, sonrió y le apretó
con afecto el brazo escayolado mientras el otro sostenía a la versión bebé.
—Mejor, ahora que sé que todos
estáis a salvo.
Trunks mostró media sonrisa
conforme que, aun envuelto en vendajes, le dio un toque bastante atractivo.
—Y, a… Ya sabes —susurró,
mientras Chichi y los otros seguían más pendientes de Gohan—. ¿No vas a ir a
verlo?
Bulma inspiró hondo y espiró muy
lentamente, apartando la vista. Aunque era cierto que la había aliviado ver a
Vegeta, también seguía molesta por su aparente actitud de veleta. «Ahora peleo,
ahora no quiero. Ahora me deprimo, ahora estoy animado por cualquier cosa
estúpida…» Desde que habían derrotado a Célula, a pesar de que Bulma y él
habían decidido darse una oportunidad en serio y que, por norma, Vegeta estaba
cumpliendo bastante con su intención de ser un padre más responsable, los
recuerdos lo seguían acosando noche tras noche. Cuando Trunks había decidido
quedarse unos días más para participar en el Torneo, el humor de Vegeta se
había agriado de forma extraña, más que de costumbre. Las discusiones se habían
sucedido entre Bulma y el Saiyan y la mujer, a pesar de que adoraba a su bebé y
a la versión adulta de su hijo en común, no estaba segura de que quizá la
opción de separarse de Vegeta no fuese la más apropiada. Lo quería, se lo había
dicho cuando se reconciliaron y no se arrepentía en absoluto. Pero, por otro
lado… Ella también se estaba empezando a cansar de luchar.
—¿Mamá?
Bulma bajó de nuevo la vista
hacia Trunks, con la vista ligeramente empañada.
—No sé —arrancó, indecisa—.
Supongo que me pasaré cuando esté de mejor humor o… —se pasó un mechón de
cabello rebelde por detrás de la oreja, pensando seriamente en cortarse de nuevo
el pelo lo más corto posible. Aquella longitud era un incordio—. Quizá ya
cuando volvamos a casa… —en ese instante, la mujer detectó una extraña mirada
en su hijo “versión adulta” y calló—. ¿Qué ocurre, Trunks?
A lo que él, despacio y sin
moverse mucho a causa de los vendajes, hizo un gesto con los dedos para que
ella se acercara. Aprovechando que el resto del mundo estaba distraído, le
susurró al oído:
—No te rindas con él, ¿vale,
mamá?
Bulma se apartó sin querer, con
un respingo y mirándola extrañado. ¿Cómo era posible que…?
—¿Qué estás queriendo decirme,
hijo? —preguntó en apenas un murmullo—. ¿Qué…?
Pero calló de nuevo cuando vio
que Trunks sacudía la cabeza con suavidad y sonreía de una forma extraña.
—Solo tú puedes cambiarlo, mamá.
¿No te habías dado cuenta de eso?
Bulma palideció.
—No… No te entiendo.
Trunks la llamó de nuevo a su
lado, muy cerca de su oído. Ella obedeció y él susurró:
—Hazme un favor y conviértelo en
el príncipe que tiene que ser de verdad, ¿de acuerdo?
Bulma se separó, los ojos como
platos y la emoción atenazando su garganta. ¿Cómo el Trunks del futuro podía
conocerla tan bien? Pero, claro, la respuesta era evidente. Porque ya había
convivido con “ella” lo suficiente como para conocerla. Con los nervios a flor
de piel, la mujer asintió entonces despacio, aunque sin exteriorizar todas las
dudas que aquel compromiso lanzaba sobre su alma. Aunque, si era por Trunks…
Sí, estaba dispuesta a intentarlo. Claro que sí.
Como si les hubiesen leído la
mente, mientras la gente ya empezaba también a aproximarse a la cama de Trunks
para darle la enhorabuena, en ese instante se escuchó un alboroto procedente de
la habitación de al lado que solo podía significar una cosa. Como un resorte,
Bulma saltó de la banqueta y, sosteniendo aún a Trunks bebé entre los brazos,
salió disparada de la habitación ante la mirada atónita de todos. Cuando llegó
al pasillo, se encontró una escena casi dantesca cuando observó cómo, tras
varios gritos que conocía de sobra retumbando al otro lado de la pared, dos enfermeras
salieron de la habitación contigua con expresión furibunda e insultando al
“desagradable paciente de la 108” con el mejor repertorio de cualquier barrio
bajo de la ciudad. Bulma respiró hondo mientras las dejaba pasar y observaba la
puerta cerrada de la 108 con aprensión y deseo a partes iguales. Pero su
corazón ya había tomado una decisión.
De ahí que, sin ceremonia alguna,
entrara de nuevo en la habitación que acababa de abandonar, dejara a Trunks
bebé en las hábiles manos de los allí presentes y saliera de nuevo al pasillo.
Se aproximó despacio a la puerta contigua, inspiró hondo diez veces, se obligó
a tranquilizarse y a que dejasen de temblarle las rodillas, agarró el picaporte
y entró en la estancia.
¡FELIZ DÍA DEL VEGEBUL!
Historia en 3 capítulos ambientada en el universo de Dragon Ball Z,
tras la película “Dragon Ball: los guerreros de plata”
(Imagen: Vegeta y Bulma, Pinterest)
Sigue a Paula de Vera en sus
redes sociales: Twitter, Facebook, Instagram y
No hay comentarios:
Publicar un comentario