viernes, 17 de julio de 2020

Paula de Vera García: Cuando decidas volver (Vegeta & Bulma #2)



Como imaginaba, Vegeta saltó como un resorte en cuanto la escuchó entrar. La habitación tenía un tono rojizo por estar atardeciendo y estar la luz apagada; los instrumentos desparramados, como si se tratase de un campo de batalla y una sola cama, con una figura muy reconocible para Bulma sentada encima, eran los elementos más destacables del lugar. Procurando no temblar como una hoja, la joven dio dos pasos hacia el interior y cerró tras de sí. La mirada de Vegeta se clavaba en ella con el fuego de cien volcanes, pero la mujer procuró no amedrentarse mientras avanzaba otros cuantos pasos. Era cierto que a Trunks le había dicho que no estaba segura de qué hacer, pero la verdad es que se moría por verlo. La cara aún tenía heridas, así como los brazos y la espalda. Los moratones resaltaban sobre su piel morena, aun bajo la luz del crepúsculo, y Bulma reprimió un escalofrío.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó entonces él, sin afabilidad alguna.

La mujer se cruzó de brazos.

—Ya me han comentado que no te dejas tratar y has organizado un buen jaleo —dirigió una mirada elocuente hacia los instrumentos del suelo, sin hacer amago de cogerlos—. Con lo que intuyo que estás mejor de lo que pensaba…

Bulma vio claramente cómo Vegeta apretaba los labios, sin respuesta a aquello. El Saiyan, por su parte, tenía la mente trabajando a toda velocidad para no derrumbarse ante sus ojos de zafiro como cada vez que se encontraban a solas. Estaba siendo realmente difícil. Pero la vergüenza de haberse encontrado a su merced, derrotado, tras haberle jurado de mil maneras que jamás volvería a un campo de batalla, tras haber renegado incluso de ir al Torneo… «¿Por qué no está enfadada conmigo?», se preguntó, casi sin quererlo, sintiéndose el doble de estúpido. «Después de todo lo que hemos pasado…»

Prefería que le gritase, lo insultase, que discutieran hasta quedarse sin palabras… No podía soportar aquella fría serenidad, no en aquel momento. Aunque, siendo muy honesto consigo mismo, Vegeta admitía que en aquellos últimos días la había tratado de una manera que, en otras circunstancias o estando más sereno, jamás se hubiera atrevido. No a ella. Pero algo le impedía decirlo en voz alta. Eso… Y lo que sentía de verdad por aquella mujer terrícola. Una parte de él lo único que deseaba era refugiarse en sus brazos y llorar hasta perder el aliento, rogarle que no se separase de él. Sin embargo, sentía náuseas solo de contemplar la opción de exteriorizar aquellos sentimientos.

—Déjame en paz —susurró él al final, molesto, apartando la mirada.

No obstante, debió saber que ella no se rendiría tan fácilmente, que su buena voluntad se impondría ante todo y apretó los puños sobre las rodillas mientras escuchaba un tintineo metálico a sus espaldas y escuchaba sus pasos acercarse. Como imaginaba, ella llevaba una bandeja con apósitos, instrumentos, gasas y pequeños botes de líquido en las manos. Vegeta mantuvo el semblante adusto, sin moverse un milímetro y dirigiendo la mirada hacia la pared junto al cabecero de la cama, mientras ella depositaba la placa de metal a su lado en las sábanas. Sin embargo, cuando ella abrió un frasco de líquido marrón, empapó un algodón con el mismo y lo acercó a su ceja, Vegeta retrocedió como por instinto, chasqueando la lengua con desagrado. ¿No podía irse y dejarlo en paz? No quería estar con nadie, no quería ver a nadie. Quería estar solo…

Pero Bulma, para su desgracia, tras resoplar por la nariz y armándose de paciencia como de costumbre cuando Vegeta se ponía en aquel plan, volvió a la carga unos segundos después. Solo que esta vez su mano libre lo aferró por la barbilla con firmeza, igual que en los sótanos, y lo obligó a enfrentar una mirada azul sin asomo de ternura. Vegeta apretó los dientes y le sujetó la mano a gran velocidad cuando ella ya acercaba el algodón de nuevo a su rostro.

—Déjame en paz, Bulma —rechinó de nuevo—. No necesito tu ayuda.

Con un escalofrío, vio cómo el rostro de ella se retorcía apenas un milímetro, algo que quizá cualquier otro no hubiera visto pero que él ya había aprendido a observar casi sin esfuerzo. Y, aunque le dolió un poco haberla herido, su dolido ego había tomado el control hacía rato.

—Suéltame, Vegeta —le pidió ella entonces en un tono que, sin motivo aparente, a él le puso los pelos de punta.

En el fondo, conocía muy bien aquel tono de fría calma y la mirada gélida que solía acompañarlo. Por norma, solo anticipaba desgracia. Cuando Bulma, la habitualmente sonriente y amable Bulma, adoptaba aquel tono, cualquiera que la escuchara se alejaba por prudencia, sabiendo que algo malo estaba a punto de suceder.

—¿O qué? —preguntó él, tratando de mantener la calma a duras penas.

Los ojos de Bulma rielaron un instante.

—O —vocalizó despacio— te juro que cuando salgas de este hospital, te empiezas a buscar la vida por tu cuenta y no vas a volver a pisar mi casa en lo que te queda de vida. ¿Te ha quedado claro?

Vegeta la miró a los ojos, tan impresionado que se había quedado sin habla. ¿Echarlo de casa? ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué…? Su parte más incendiaria pensaba que era absurdo, y que casi estaría él mejor por su cuenta. Pero, por otra parte… Solo de pensar en alejarse de ella para siempre, el alma se le desgarraba en dos de una forma aterradora para alguien que había jurado endurecerse frente a todo y a todos. Aunque no lo dijera en voz alta, aunque la Tierra inicialmente solo fuese una conquista, aunque… hubiese pasado tanto tiempo queriendo pensar que ellos no le importaban, lo cierto es que Vegeta valoraba en extremo lo que tenía. Y no, no quería abandonarlo por nada del mundo. No quería dejarla a ella. Sin aquella mujer, mal que le pesara en el fondo del corazón, su vida era negra y amarga. Un pozo sin fondo de oscuridad, violencia y venganza. Pero luchar junto a su luz lo ayudaba a mantenerse a flote. En realidad, luchar era su sino y siempre debió saberlo.

De ahí que, tras tres segundos tensos como cuerdas de violín, Vegeta terminase rindiéndose a la mirada retadora de Bulma y agachara la barbilla, sumiso como pocas veces en su vida. Si el tacto del algodón en las heridas le escoció, apenas hizo un gesto que lo demostrara. Pasaron varios minutos durante los cuales las manos de Bulma, sin brusquedad y con extrema dulzura, limpiaron, desinfectaron, taparon y vendaron todas sus heridas. Por suerte y pese a todo, el Saiyan era una criatura muy resistente. Casi todo lo que tenía eran moratones y algún corte un poco aparatoso; nada que no desapareciese con el paso de los días.

—¿Puedo preguntarte algo, Vegeta? —quiso saber ella entonces, cuando casi ya estaba retirando todos los instrumentos y había finalizado las curas.

Él la observó un segundo, dubitativo.

—¿El qué?

Bulma irguió la cabeza, enfocándolo.

—¿Qué hacías… ahí abajo?

Vegeta chasqueó la mandíbula como un reflejo, pero no respondió enseguida.

—Te parecerá extraño —reconoció—. Pero sentí que… Trunks estaba en peligro.

Bulma ladeó la cabeza, camuflando con esfuerzo la emoción que la invadió en un instante al entender el significado oculto de aquella frase.

—Me lo imaginé al ver que tenía su espada con él —repuso en voz baja—. Pero… Tú… —la mirada de Vegeta le indicó que quizá el impulso había podido con su razón antes de poder refrenar la lengua—. En fin… Gracias por salvarlo —agregó Bulma, apartando la mirada y caminando para alejarse de nuevo hacia la puerta—. Déjate tratar, ten cuidado y no hagas esfuerzos, ¿de acuerdo?

Pero lo que la mujer no esperaba era que, con una extraña delicadeza, Vegeta la retuviera por la muñeca cuando pasó a su lado y le dijera:

—Gracias, Bulma.

La mujer sintió un placentero escalofrío y alzó de nuevo la vista. Sus ojos azules se cruzaron con los oscuros de él, donde vio un agradecimiento oculto pero sincero. Incluso la comisura derecha de sus labios parecía querer elevarse unos milímetros. Bulma inspiró hondo, tratando de mantener sus sentimientos a raya todo lo posible y aprovechando que la luz rojiza de la caída del sol camuflaba el rojo de sus mejillas.

—De nada —respondió, con la boca seca. Y, antes de ser casi consciente de lo que hacía, agregó—. ¿Quieres…? ¿Quieres que venga a verte esta noche?

Vegeta se irguió unos centímetros, sin romper el contacto visual, pero con una expresión extraña. Aquella propuesta, después de todo lo ocurrido, lo había pillado por sorpresa. Pero no debió sorprenderse tanto cuando notó que su barbilla descendía, para después ascender, aceptando su proposición.


Historia en 3 capítulos ambientada en el universo de Dragon Ball Z, tras la película “Dragon Ball: los guerreros de plata”
(Imagen: Vegeta y Bulma, Pinterest)

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