No soy vaga. No. Aunque mi
familia pueda pensar lo contrario. No voy a discutir por ello. Están en su
derecho de pensar lo que quieran. La libertad de pensamiento es lo mejor que
nos puede suceder. Todo esto viene por mi gran agradecimiento a ese ser anónimo
que desde la Europa rural inventó el edredón.
Me siento en la Gloria cuando
solo tengo que poner una sábana bajera y encima coloco el edredón, y recuerdo
cuando mi madre me enseñaba a hacer mi cama con dos sábanas, dos mantas, una
colcha y todo tenía que quedar muy liso. Mis pequeñas manos no podían remeter
tanta ropa entre el colchón y el somier.
‒Es necesario hacerlo bien
‒decía‒ para que no te destapes, para que no cojas frío en la tripita.
Hoy, a mis ochenta años, he
regalado las sábanas bordadas, herencia del ajuar de mi madre a mis nietas. No
sabían lo que había dentro de los paquetes envueltos en papel de regalo, con cintas
de colores, lazos que invitaban a deshacerlos. Como el que avisa no es traidor,
impuse una regla: Podían quedarse con los paquetes que quisieran, pero no se
admitían devoluciones. La más ambiciosa o curiosa, vaya usted a saber, tomó
nada menos que cuatro, las demás uno cada una. Y cuando lo abrieron:
‒¡Oh, no! Si hay que
plancharlas ‒comentaron con una expresión de animadversión hacia mi persona que
por supuesto ignoré.
‒Lo bello no tiene por qué
ser cómodo ‒dejé caer con una sonrisa.
Una de ellas que es más lista
que el hambre me miró con picardía. Es la que me regaló el primer edredón y yo
le devolví el detalle explicándole que Carlos Linneo en 1758 describió al eider
común, y que sus plumas eran un gran aislante térmico.
Además, Julio Verne ese autor
del que siempre he estado enamorada, en su Viaje al centro de la tierra,
escribió algo así:
«Al iniciarse el verano, la
hembra de eider, especie de ánade muy hermosa, construye su nido entre las
rocas de los fiordos… Ya construido lo tapiza con las finas y nuevas plumas que
ella misma arranca de su vientre...».
Y esa nieta que es la que más
se parece a mí, en lo físico y en el carácter, me estuvo mirando un buen rato hasta
que al fin habló con cierto aire inocente:
‒Abuela querida ¿Qué
prefieres de mortaja un edredón o mi sábana bordada?
© Marieta Alonso Más
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