La leyenda comenzó el mismo día que la dieron
por muerta en una antigua cantera. Los hombres que la tacharon de bruja y la
persiguieron hasta darle caza nunca supieron lo que despertaron justo cuando
abandonaron su supuesto cadáver. Su cabello rojo estaba apelmazado sobre su
cabeza y su pálida piel resplandecía entre la sangre y la suciedad de su
cuerpo.
Dejó de respirar con el sonido de sus voces
sucias de tabaco y alcohol aún en sus oídos y fue como internarse en un extraño
mundo onírico lleno de colores y sensaciones que nunca antes había
experimentado. Sonrió y, en un principio, se dejó ir. Pensaba que aquello
era lo que tanto tiempo había anhelado. Un lugar en el que estar en paz, un
refugio donde por fin guarecerse de aquellos que la había perseguido por unos
crímenes que nunca cometió.
Caminaba por un prado, el más verde que había
visto en su vida, cuando algo llamó su atención. Un bulto maltrecho vestido
con un sayo de arpillera. Se detuvo, no sin antes reconocer la mata de
cabello que coronaba aquella cabeza sudorosa y golpeada una y mil veces. Se
llevó una mano a la boca, confusa, y cuando se dio la vuelta para marcharse por
donde había venido descubrió a una mujer vestida de rojo que la observaba.
Ella le devolvió el gesto con los ojos llenos
de espanto, hizo otro tanto con el cuerpo que habían abandonado aquellos
desalmados y finalmente bajó la mirada hasta su propio cabello, tan fulgurante
como el de aquella belleza recién llegada. La elegante mujer vestida de carmesí
avanzó un par de pasos hasta ella y le tendió la mano.
—Layla, ven conmigo.
La chica di un paso atrás por puro instinto y
su versión del vestido rojo sonrió, con una seguridad que la joven campesina
jamás había tenido.
—Tú decides qué versión de ti misma quieres
ser a partir de ahora. Puedes seguir aquí y convertirte en ese cadáver que
acabas de ver —Layla abrió los ojos aún más— o puedes ser lo que tú quieras.
Porque te juro que estás destinada a hacer grandes cosas.
La chica volteó la cabeza para observar su
futuro más funesto y volvió a clavar su mirada en el que parecía ofrecer las
posibilidades más optimistas. Asintió y asió su mano. La otra sonrió.
—Prepárate, Layla, porque a partir de ahora el
mundo es tuyo. Esos hombres tenían razón, no eres como los demás. Nunca lo
has sido ni nunca lo serás. Pero te aseguro que se arrepentirán de no haber
descubierto antes de qué manera.
La Layla que abrió los ojos en aquella cantera
abandonada ya no era la persona a la que habían dejado allí tras darle una
paliza de muerte. La mujer que se levantaba con paso tembloroso y mirada
determinada estaba destinada a convertirse en la hechicera más grande del reino
de Lemura. La maldición carmesí acababa de nacer.
© M.J. Pérez
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