Una señorita tejona se despertó
al crepúsculo nerviosa y pensativa. La noche anterior el macho dominante había
muerto. No sabían si había sido cazado por un humano, o por otro depredador.
Cada día ocurría algo parecido. Ahora quedaban en aquella guarida solo media
docena de hembras. Eso no se podía consentir. Se autoproclamó líder del grupo y
convocó una reunión urgente. Si los machos de su especie seguían muriendo a ese
ritmo, ellas tendrían un grave problema a la hora de encontrar marido.
Se dividieron en tres grupos.
Dos irían en busca de comida, a ser posible abejas y miel que era su alimento
preferido, verdad era, que no le hacían asco a nada, ni siquiera desdeñaban la
carroña. Dos se quedarían en la tejonera arreglando desperfectos, aumentando el
conducto de escape y limpiando la cámara de letrinas para que todo estuviera
impecable. Las otras dos irían en busca de aquel que las ayudaría a conservar
su especie, que por algo habitaban en el planeta desde la antigüedad. No podía
ser uno cualquiera. Tenía que ser fuerte, trabajador, serio, apasionado…
Como el olfato y el oído eran
sus más importantes virtudes, la vista les flaqueaba bastante, tomaron la
decisión de acercarse a otros clanes con una bandera blanca desplegada.
Pensándolo mejor decidieron que no. Tenían que buscar otra estrategia. Las
hembras de otros clanes no estarían dispuestas a perder, ni siquiera a prestar
a uno de sus machos. Defenderían agresivamente sus territorios contra congéneres
extraños y mucho más si eran dos jóvenes con todos los atractivos de la edad.
Oyeron a lo lejos a dos
tejones solitarios discutir por el territorio. Se acercaron contoneándose,
indiferentes como si no los hubiesen oído ni olido. Pasaron por su lado conversando
de trivialidades. Eso les llamó la atención, dejaron aparcadas sus diferencias
y comenzaron a seguirlas. Así tejonas y perseguidores llegaron a la madriguera
de aquellas hembras tan coquetas y bonitas. Las tejonas de la intendencia
habían regresado y junto con las otras que habían terminado la limpieza salieron
a recibirles portando deliciosa miel. Al ver que allí tenían una gran
oportunidad de ser un gran macho alfa se fueron a enzarzar en una nueva pelea.
No contaban con que la persuasiva líder les hiciera ver que la madriguera era
lo suficientemente grande para que cupieran todos. Compartir era beneficioso
para la salud y la procreación. Ellas no pondrían pegas ni con uno ni con el
otro, todo sería consensuado.
Y desde entonces aquel clan de
tejonas, a punto de extinguirse por la falta de esa especie que fecunda, fue
capaz de una organización social que atribuía la titularidad del poder al
conjunto de sus ciudadanos. Sin que se lo propusieran aquella tribu creó el
primer grupo de tejones demócratas del mundo.
© Marieta Alonso Más
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