sábado, 11 de diciembre de 2021

Socorro González-Sepúlveda Romeral: Historias de mujeres. Rosa

 



 

Esta historia no debería haber comenzado así, con una llamada telefónica comunicándome su muerte. Cosa curiosa, no me vienen a la mente sus últimos recuerdos, una viejecita encorvada, sonriente y sin memoria, la recuerdo el día de su boda, yo era entonces muy pequeña. La veo con un traje de chaqueta gris perla, traje de tarde, que la novia se ponía cuando se quitaba el blanco de la mañana. Alta, delgada, más elegante que bonita, cintura de avispa, un bolso de viaje en la mano, cogida del brazo del marido recién estrenado.

Ella estaba destinada a casarse como la mayoría de las mujeres de la época. No tuvo dificultades, pudo elegir entre varios pretendientes que acudían atraídos por su fama de «hija de buena familia». Ella era, ante todo, una mujer inteligente. Se le notaba en su manera de hablar, de vestir, de comportarse. Leía mucho y a pesar de que no había estudiado, como sus primas, no desmerecía a su lado.

Vivía con su tío, ya mayor y lleno de manías, y con un sentido exacerbado del ahorro, que vestía siempre el mismo traje oscuro con chaleco, que no se quitaba ni en verano. Consultaba continuamente el reloj de bolsillo. Las horas de las comidas eran sagradas para él. Traía mártires a su sobrina y al ama, esta era la única que le plantaba cara y le llamaba «viejo tonto» incomprensiblemente, era a la única que él hacía caso.

De pequeña Rosa había vivido en un ambiente más relajado y mimada por sus padres. Rodeada de sus cinco hermanas y sus muchas amigas, vivía despreocupada, bordaba y leía, cantaba en el coro de la iglesia.  Fue por entonces, cuando sus padres, faltos de recursos económicos, se plantearon repartir, parte de su prole, entre sus parientes ricos para que siguieran viviendo con desahogo y dentro de la categoría social que les correspondía. A Rosa le tocó vivir con el tío cascarrabias.

Rosa era muy joven cuando vivió un idilio frustrado. Se veían a escondidas porque los padres de él se opusieron a estas relaciones, desde el primer momento. Ella era pobre, él rico. La eterna historia. Ella, con buen criterio, comprendió que él nunca tendría el valor de enfrentarse a sus padres para salvar su amor y lo dejó correr. Luego, después de pasarlo mal durante un tiempo, buscó un marido sólido para casarse, para tener hijos, para tener casa propia, criados y tierras. No sé si fueron felices, pero se cumplieron sus expectativas: tuvo cuatro hijos.  Cinco embarazos. Perdió la esbeltez y la cintura de avispa para siempre.

 A partir de entonces, los hijos acapararon todo su tiempo. Ella quiso que estudiaran, pero no en cualquier parte, en los mejores colegios, en las mejores universidades. La casa se quedó vacía. A pesar de todo, seguía leyendo y las vidas, que vivía a través de la literatura, la compensaban de la monotonía de la suya.

Murió su marido y Rosa se quedó sola. Supo por experiencia propia que ni el amor romántico, ni el matrimonio estable, ni siquiera los hijos, libran a una mujer de la soledad y la insatisfacción. Quiso quererse un poco más, darse alguna satisfacción, abrir el horizonte, pero era tarde. Vivía con el ama a quien ahora había que cuidar. Ayudaba en la parroquia, se ocupaba de sus flores y seguía leyendo.

 

 © Socorro González- Sepúlveda

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