La mañana siguiente amaneció despejada y brillante sobre los tejados de la capital de Seyruun. En los corredores del enorme palacio real, los sirvientes comenzaban desde muy temprano a afanarse en las tareas cotidianas, desde preparar el desayuno para la familia real hasta cepillar cada rincón del edificio hasta dejarlo reluciente. Era el día de la “Primera Presentación”. La mañana en que Amelia Seyruun, princesa del reino, debería empezar a escoger con quien compartiría el resto de sus días. Quizá por ello, la susodicha trató de demorar al máximo el momento de salir de entre las sábanas, aunque tuviese los ojos de par en par. Los recuerdos de la noche anterior llevaban horas dando vueltas en su cabeza, lo quisiera o no, lo que había provocado que apenas pudiese conciliar el sueño aunque lo deseara. Pero Amelia supo que aquella mañana no tenía elección cuando unos golpes enérgicos y una voz a juego resonaron al otro lado de la puerta:
―
¡Amelia! ¡Arriba, pequeña! ¡Hoy es un gran día!
La
princesa bufó con cierto hastío, sin querer creer una palabra. Para bien o para
mal, ella no sentía aquella alegría ni por asomo. Aunque, cuando el puño de su
padre volvió a llamar con más suavidad y su voz se dejó oír en un tono algo más
preocupado, llamándola, Amelia Seyruun decidió levantarse por fin y acercarse a
abrir. Claro que, en cuanto lo hizo, su padre la envolvió en un abrazo digno de
un oso de las montañas.
―
¡Mi princesa valiente, aquí estás!
La
aludida mostró una pequeña sonrisa involuntaria ante su entusiasmo contagioso.
―Buenos
días, padre.
Este
se separó nada más escucharla, sonriendo a su vez. Aunque su gesto tornó en uno
mucho más escandalizado, si podía usarse ese término para el regio príncipe de
Seyruun, al ver la estampa de recién levantada que presentaba su hija menor.
―Pero…
¡por todas las estrellas! ¡Amelia! ¿Cómo no estás vestida aún? Y ¿esas ojeras?
¿No has dormido bien? ¿Necesitas que busque al médico?
La
joven contuvo su azoro como pudo, algo a lo que ayudó la avergonzada risita que
salió de sus pulmones un segundo después.
―Ah,
sí… Lo siento, padre. Reconozco que se me han pegado las sábanas y después del
trajín de ayer no he dormido mucho. Pero lo arreglaré enseguida ¿de acuerdo? Lo
prometo.
Phylionel,
tras observarla con algo que parecía una ligera extrañeza y que no pegaba en
absoluto con su carácter, enseguida sacudió la cabeza con aire rendido y sonrió
de nuevo con una confianza más acorde a cómo era él.
―Bueno,
está bien ―concedió, más aún cuando observó la sonrisa mantenida de su hija
menor―. Pero… No te demores mucho más ¿de acuerdo? Nuestros invitados esperan.
Amelia
tragó saliva con disimulo y forzó una nueva sonrisa de aceptación.
―
¡Ah, sí, claro! Enseguida salgo… Un momento, padre…
Como
si esa hubiese sido una indicación velada, una doncella apareció entonces de la
nada desde la espalda de su padre y se adentró con rapidez en la habitación,
siguiendo a la princesa. Esta, por costumbre, se dejó entonces acicalar y
vestir de acuerdo con su rango… Sin dejar de pensar todavía en lo ocurrido la
noche anterior.
«Si
es que ocurrió de verdad», reflexionó, con cierta amargura.
Porque…
¿Era posible que Zelgadis realmente hubiese ido a visitarla con la buena nueva
de que había dado con la solución para romper su maldición de quimera? Pero, si
era así… ¿Por qué la había dormido tan de repente y había desaparecido? Acaso…
«No
lo pienses más», se aconsejó, suspirando, mientras la doncella terminaba de
acomodarle la tiara sobre la oscura y corta cabellera. Acto seguido, la joven
se apartó para dejarle levantarse y Amelia lo hizo con lentitud, queriendo
quitarse la imagen de Zelgadis en su dormitorio de la cabeza de una vez por
todas. «El mundo te espera ahí fuera».
En
efecto, un chambelán vestido con la misma pompa que un pavo real, más incluso
de lo que Amelia estaba acostumbrada en la elegante corte de Seyruun, la
esperaba al otro lado de su puerta para acompañarla en aquella mañana hacia el
gran salón. Para alcanzarlo había que bajar la escalinata hasta el piso más
bajo y después girar casi ciento ochenta grados, tomando el primer corredor que
se abría a la derecha. Después, la familia solía hacer su entrada en el salón a
través de otra sala de reuniones más pequeña, situada en una pequeña ala del palacio.
Sin
embargo, cuál no fue la sorpresa mayúscula de Amelia al descubrir a dos
siluetas que conocía bien conversando al fondo de esta, en cuanto las puertas
se abrieron. Del estupor, la princesa se quedó clavada en el umbral de las
puertas dobles de madera clara como si fuera una estatua, sin creerse lo que
estaba viendo. El primero en reaccionar a su presencia, no obstante, fue su
enorme padre.
―
¡Ah, Amelia! ―la saludó, sin aproximarse, antes de señalar al otro presente en
la sala. El cual casi daba la espalda a la princesa, pero eso no hacía que la
parte de atrás de su cabellera no fuese inconfundible de todas formas―. Fíjate
quién ha venido a visitarnos…
Como
en un sueño, la princesa observó entonces como el supuesto desconocido se
giraba muy despacio y la encaraba con dos ojos verdes jade brillando en un
rostro rosado y pálido enmarcado de rebeldes mechones violáceos.
―Alteza
―saludó su portador, haciendo una pequeña reverencia―. Es un placer volver a
veros.
Amelia,
tras recuperarse en un instante del choque, se echó de inmediato las manos a
los labios.
―Zel…
―susurró. Y, cuando él asintió, no pudo resistirlo más. Sus pies se movieron,
su cuerpo se lanzó hacia delante; y, sin más miramientos, lanzó los brazos
alrededor del cuello de Zelgadis―. ¡Zel! ―exclamó, ignorando la turbación
evidente del aludido y el rostro casi desencajado de su padre, a pesar de
todo―. Has vuelto. ¡Has vuelto! ―repitió, encantada, como si de verdad no
pudiese creerlo―. Te he echado de menos…
―Te
dije que lo conseguiría ¿no?
Aquel
susurro pilló totalmente de sorpresa a Amelia, que dio un respingo en el sitio
sin soltar a su antiguo camarada. Sin embargo, antes de que la aturdida
princesa pudiese atinar a responder a aquella afirmación que confirmaba sus
mejores sospechas, un carraspeó rompió la magia del momento y los obligó a
separarse como por ensalmo.
―Padre…
discúlpame ―se excusó la muchacha de inmediato, enrojeciendo de manera visible
mientras se separaba unos centímetros de Zelgadis.
Sin
embargo y a pesar del pretendido enfado, un extraño brillo se reflejaba en los
ojos del príncipe Phylionel cuando pronunció, haciendo un gesto elocuente con
la mano:
―Vamos,
Amelia. El señor Zelgadis y tú tendréis tiempo de hablar largo y tendido de sus
gratas noticias tras la recepción.
El
estómago de la aludida se encogió al escuchar aquello, sin querer separarse un
centímetro más de su secreto enamorado. El cual, a pesar de todo, seguía
sujetando sus brazos con delicadeza sobre los suyos. No obstante, se relajó una
milésima cuando Zelgadis sonrió con algo que parecía educada rendición, se
apartó sin violencia y se inclinó con cortesía antes de replicar:
―Ve.
Esperaré a que vuelvas en el jardín ―aclaró, ante su carita de evidente
desconcierto―. Hablaremos después ¿vale?
Amelia
inspiró hondo, tratando de refrenar a duras penas el alocado batir de su
corazón adolescente y enamorado sin remedio. Sí, hablarían luego. Y, con
suerte, Amelia podría por fin confesarle su auténtico deseo. Aun así, la joven
princesa aún tuvo que hacer un soberano esfuerzo para mantener la compostura
cuando, nada más despedir a Zelgadis con un asentimiento de cabeza, salir este de
la sala de reuniones y girarse ella y su padre hacia las grandes puertas del
gran salón, el príncipe regente murmurase:
―
¿Estás segura, querida?
Amelia
alzó la cabeza con un respingo, sin saber cómo salir del paso de aquella
situación. Claramente, su padre sabía qué cruzaba por su cabeza. Aun así, ante
su orgullo apenas camuflado con una leve sonrisa cómplice, Amelia tuvo valor
para asentir; devolverle el gesto y susurrar, justo antes de poner el primer
pie en el salón:
―Créeme,
padre. Por el bien de Seyruun y del mundo que ambos amamos y pase lo que pase… Sé
que es la decisión correcta.
«Les
guste o no, sé que “Zelgadis” es la decisión correcta para mí».
Historia inspirada en Amelia y Zelgadis, personajes de la
serie “Slayers” de anime
Imagen: Zelgadis, Amelia y Xellos, de la serie Slayers.
Página de revista en Japón.
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