El olor a hierro le despertó. Abrió los ojos
con brusquedad, pero no consiguió ver nada. La oscuridad total lo rodeaba.
El corazón comenzó a latir a toda velocidad en su caja torácica y la
respiración comenzó a hacerse más rápida, más superficial. Al tratar de llevar
su mano al pecho fue incapaz y aquel olor tan desagradable que lo había sacado
de la inconsciencia volvió a sacudirlo. Tenía ambas manos encadenadas a la
espalda y los pies ligados entre sí.
Apretó los dientes e hizo memoria. Como si
por pura fuerza de voluntad fuera a ser capaz de hacer a su cerebro trabajar
más deprisa, recordar cómo se había metido en aquel lío. Al principio, el
esfuerzo le pareció estéril, pero poco a poco, los primeros flashes aparecieron
en su cabeza. Alguien lo había atacado en la calle y luego lo habían metido en
una furgoneta oscura. Había luchado tanto que acabó por recibir un golpe en la
cabeza y perder el conocimiento. Se sentía mareado y con un dolor de cabeza
insoportable.
Cuando consiguió acostumbrarse un poco a
aquella oscuridad total, se dio cuenta que se encontraba en una especie de
cobertizo diminuto. Podía intuir trastos por todos lados, aunque tapados por
sábanas era difícil no imaginar algo más peligroso que una carretilla o unos
viejos patines. Trató de moverse, soltar sus manos cautivas, pero lo único
que consiguió fue hacer ruido y que el olor del metal mezclado, sin duda, con
la sangre de su cabeza, se intensificase.
Que la puerta se abriera justo cuando daba un
nuevo tirón fue una triste casualidad. Pues la persona que acababa de llegar no
parecía muy contenta con aquello. Alargó la mano y lo puso de un pie de un
tirón. Intentó razonar, hablar del dinero que tenían sus padres, de lo
influyente que era su familia y del problema en el que se estaba metiendo de no
dejarle libre. El tipo, deduzco que lo era pese a la oscuridad reinante, lo
ignoró y se lo cargó el hombro. Dejó escapar todo tipo de improperios, pero no
sirvieron de nada.
Una vez fuera, aunque boca abajo, supo que
estaba cerca de un lago o un río y gritó aún más. Pero aquella mole, de la que
ahora podía ver sus enormes botas y sus macizas pierdas, no hizo nada. Tan solo
dejarlo caer al suelo de cualquier manera y marchase por donde había venido. Se
sentó como pudo y observó a su alrededor, la luna brillaba llena en el cielo y
tenía el lago a un suspiro de distancia. Sus labios trataron de formar
palabras pero de pronto una carcajada lo hizo callar.
Como un demente se volvió hacia el sonido y se
encontró con una mujer con el cabello más negro y la piel más clara que había
visto en su vida. Era hermosa, de una belleza irreal, e iba completamente
desnuda. Sonrió con unos labios rojos y brillantes y se acercó hasta él a
pequeños y delicados saltos. No dijo nada, se llevó el dedo índice a los
labios y él sintió que la oscuridad se adueñaba de su corazón, que aquellos
ojos azules con extrañas líneas horizontales se lo tragaban todo. Las tinieblas
parecieron cernerse más sobre él y de pronto, de la nada, dejó de sentir.
No hizo preguntas, ni a ella ni a él mismo. No
sobre la fuerza sobrehumana de aquella criatura al lanzarlo al lago con una
violencia sin sentido, no por qué su vida humana iba a acabar de aquel modo tan
aleatorio ni por qué renacería como un ser de las oscuras aguas. Las cosas
serían así y aquellos ojos lo habían convencido de ello. La muerte solo era
un paso a dar para convertirse en eso que ella esperaba.
© MJ Pérez
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